En esta vida cada uno pone sus metas. Está la que desea hacer del mundo un lugar mejor en el que vivir, quien lo da todo por su carrera, o el que desea ser el mejor padre del mundo. También hay quien, a costa de todo, quiere transformarse y parecerse a su ídolo, con tales ganas que no temen tumbarse en la camilla del quirófano las veces que sean necesarias. Repito, LAS QUE SEAN. Y, claro, la cirugía no es una ciencia exacta, pues muchas veces estos rostros anónimos que soñaban con ser clones idénticos a sus mitos acaban pareciéndose a cualquiera menos a estos.
No critico esta ambición. Como digo, cada uno puede desear hacer con sus vida y su cuerpo lo que estime oportuno. Jamás me posicionaré como una ‘Tacañona’ con mi campana agitándola cada vez que alguien se someta a una cirugía. No me parece correcto. Resulta de lo más hipócrita criticar estas cosas, cuando creo que lo mejor que podemos hacer es vivir y dejar vivir. Y como yo no les pago las operaciones… ¡adelante! Que se cambien de pies a cabeza, que se rehagan enteros. Muchas personas, además, se convierten a sí mismos en su mejor obra.
Ahí tenemos a Nicholas Ryan un aspirante a actor que en 2013 acaparó más titulares que nunca en su vida por la serie de intervenciones que se había realizado para parecerse, nada menos que a Ryan Gosling, el guaperas entre los guaperas. De hecho, el Daily Mail le dedicó un artículo en el que se detallaban los retoques que se había realizado. Hasta 5000 dólares gastó en bótox y en el rellenos para el rostro, y todo para parecerse al actor de ‘Drive’. Su pasión por él es tal que hasta incorporó su nombre al suyo; sí lo del Ryan de su apellido es un mero homenaje. Hizo bien en ponérselo, pues de no haber sido así pocos habrían podido pillar la resemblanza.
Aquellas personas más atractivas del panorama famosil son las que están hartas de ver los doctores plásticos. Sus fotos se recortan y se llevan a las clínicas y lo mismo que en los 90 uno llevaba una foto de Jennifer Aniston a la peluquería y pedía ‘un Rachel’, ahora se encargan caras completas a los cirujanos.
Miranda Kerr, con su rostro dulce y aniñado, también ha sido uno de los más requeridos. La koreana Yuh Reum Hong lo tuvo claro desde el primer momento que la vio: quería ser como ella. Pero ocurre que, muchas veces, estas personas QUIEREN SER sus ídolos. En el caso de Miranda, ser una prestigiosa modelo, tener una línea de cosmética, una ‘vida de éxito’, aunque ya sabemos que este adjetivo es muy relativo, muchas veces creemos vislumbrarlo siempre en el otro, y nunca en nosotros; lo que lleva consigo siempre una perenne sensación de insatisfacción. Yuh ha hecho todo que está de su mano y en la de su cirujano, que ha agrandado sus ojos, cambiando sus párpados, y alterando su nariz. Y lo que no puede cambiar el quirófano lo consigue con tintes y lentillas de colores, los pasos más sencillos de la transformación.
Y después están los Kardashions. Como los Minios, pero que pretenden ser uno más del clan de la K. Fans convencidos de Kim, Kylie y Kendall y que hacen TODO por parecer un hijo más de Kris Jenner, con la aspiración, imagino, de que un día la matriarca de la familia los confunda por la calle con uno de sus vástagos.
Para milagros ya no se va a Lourdes, sino a la clínica de cirugía estética más cercana.