Hoy os voy a hablar de Belén Esteban, más conocida como princesa del pueblo, título ganado a pulso por su educación, saber estar, empatía hacia los demás y un sinfín de virtudes más.
Debería sentirme honrada por saber que alguien que se encuentra por encima del bien y del mal me dedica parte de su tiempo y con tanto interés.
Sinceramente, nunca me he sentido parte de sus súbditos, y no sé, quizá sea eso lo que le moleste de mí. Está acostumbrada a tener a todo el mundo a sus pies por ese poder obtenido gracias a que la audiencia sube cada vez que ella aparece en televisión, algo indiscutible y digno de estudio, pero no voy a entrar a valorar lo que a la gente le apetece ver. Desde luego a mí os puedo asegurar que no me satisface nada una señora que ríe sin venir a cuento y desproporcionadamente, y que constantemente está sacándose con las uñas la comida que se le queda entre los dientes, después de enseñarnos muy bien cómo se la ensaliva.
Se cansa de decir en televisión que no va a hablar de mí, se piensa que ella es todopoderosa y que, al no hacerlo, yo no apareceré más por su programa. Pero cuando me ve no puede evitar dedicarme alguno de sus preciosos gestos con esa bonita cara reconstruida por la cirugía.
La última vez ha sido en una discoteca de Madrid. Yo llegué acompañada de Jesús, mi marido, y unos amigos y no la vi, pero uno de sus lameculos con el que me crucé al poco de entrar imagino que la avisó de que yo estaba allí. Entonces fue cuando se asomó desde el reservado en el que estaba y, con esa soberbia y prepotencia que la caracterizan, empezó a lanzarme besitos y hacerme un ‘hasta nunqui’ copiado de su clon Ylenia. Yo podía haber pasado de ella, claro está, pero empezó a hervirme la sangre. ¿Quién se cree que es para reírse de mí?
Así que le hice una peineta con el dedo a la vez que le decía “vete a tomar por…”. Me habría encantado que hubiera bajado y haberla tenido cerca, pero no se atrevió. Ni Jesús ni mis amigos me dejaron seguir y me llevaron lejos de donde estaba Belén. Por cierto, es mentira que los de seguridad me prohibieran la entrada a la zona VIP donde estaba ella, porque no hice ni la intención de subir.
Cansada ya de tus provocaciones hacia mí, Belén Esteban, voy a decirte muy clarito algunas cosas. ¿Qué es lo que envidias de mí? ¿Que mi marido sigue a mi lado después de todo lo que hemos pasado y a ti te abandonan a la primera de cambio? Recapacita, mujer, algo tendremos que ver tú y yo en eso. ¿Que a mí, pese a que la familia de mi marido no me hable, mis hijos jamás me han escuchado hablar mal de ellos, y tú llevas hablando mal de tu familia política quince años? Algún día te pasará factura.
Sé que eso te da mucha envidia. Hay tantas cosas que nos diferencian, mejor dicho: tú y yo no nos parecemos en nada. GRACIAS A DIOS.
¡Ah! La persona que últimamente te acompaña sólo quiere el paseíllo contigo porque ni yo ni mucha gente le hemos visto hacer otro.