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Parece ser que Paula Echevarría le ha dado una patada a su obligado ‘savoir faire’ y se ha mudado por un momento al barrio de ropas tendidas y lenguaje sin símiles. Tengo que reconocer que me ha hecho gracia esa expresión que le debió salir de los mismos bajos que ella define como ‘chocho’. “Yo no soy un chocho” es una frase que quedará adherida a ella de por vida. Es cierto que le resta cierto glamour, pero le suma frescura.
Una pareja no tan perfecta
En esta pareja, parecía que los perfiles estaban perfectamente definidos. Paula cosía su marca con hilos de oro. Y David deshilachaba la suya, según dicen, al primer tirón de ruidos fiesteros. Estaba segura de que ambos intentaban mantener el equilibrio permanentemente para no caer en el desorden. Y al final, el desalojo continuado de naturalidad les ha llevado al desahucio emocional. Paula camina erguida, rodeada de una corte singular. Me divierte ver a sus amigas trotando tras ella como damas de honor de una corte imaginaria. En cambio, David parece un experto en carreras y frenazos dejando atrás cualquier pelotón, que no le siga el ritmo.
No sé si esta separación culminará con un divorcio. Aunque parezca lo contrario, a veces me invade el romanticismo con algunas parejas. Y esta es una de ellas. Pero deberían dejar de jugar a los recortables y plantearse una vida menos estética pero más higiénica. Igual David dejaría de martirizarse por su musculatura. Y si Paula desviste a sus muñecas de encajes y las enfunda en trajes de verbena podría trotar por cualquier arrabal que suene a libertad y huela a restos de cerveza.