Como canto en el arranque de mi programa, “en situaciones terribles, necesito huir”. Y lo hice: una fuga de tres días. ¡Lo necesitaba! ¿Y a dónde me voy siempre? A ese sitio donde siempre tengo oxígeno y luz. Así que decidí irme esos días a dónde respirar, donde mis nietos; casi como un vampiro chupando sangre fresca. Cuando los veo, todos mis barros se convierten en un camino tuneado de flores recién cortadas. Tres días que, aunque cortos, cubren todos los huecos que me dejan a diario los saltimbanquis que rellenan contenidos televisivos a pesar de que los suyos languidezcan. Yo miro a mis niños saltando en la playa. Otros miran a los suyos pisando cristales en punta que pueden traspasarles los pies. Pero tienen que seguir animándolos a continuar para que ellos sigan facturando a pesar de sus heridas. Me he ido con Alexander a visitar un bosque de supervivencia.

Nietos Mila Ximénez

Y mi niño me miraba con esos ojos azules que me curan cada herida; con miedo de que su abuela sufriera algún daño. Quería gritarle: cada día convivo con más peligro. Pero me callé. Mis nietos jamás comerán de esta olla podrida. Y no me refiero a mi programa. Ellos hacen pedidos y el proveedor tiene la mercancía. Siempre, en tiempos de crisis, hemos vendido cualquier objeto que nos solucionara el comer. Ahora han cambiado las prioridades por vivir en un sitio al lado de un futbolista que te salude cuando salgas de casa. Pones en venta todo lo que te haga más cercano a ese mundo que te deja las lindes muy lejanas. Como decía la canción, “Una, dos y tres. Una dos y tres... Lo que usted no quiera, ‘pa’ mi calle es. Se revenden conciencias. Recompramos la piel. Nos vendemos de cara. Le compramos a usted. Y si quiere dinero, se lo damos también”. Y por último, un mensaje en una botella a quien quiera recogerla. “Si usted quiere ser macho, le dejamos vencer. Y si usted regatea, le seguimos también. Usted salva su facha, delante de su mujer. Y al final, si podemos, la engañamos, también”. Siempre pensé que Paxti Andión me daría la mano para recorrer rastrillos de almas baratas. ¡Hoy lo ha hecho! Me encanta acurrucarme en letras de poetas y en mantas que teje mi familia. Sin ellos, me moriría de frío. Y para terminar, un abrazo interminable a la persona que no solo cuidó de mi hija Alba desde los cinco meses y sigue haciéndolo, sino que procuró que yo estuviera presente cada día en su vida, a pesar de mis ausencias. ¡Te quiero, Ana!