He empezado una dieta con Pronokal, y me he convertido en un monje cartujano. La única manera de no caer en ninguna tentación es alejarte de ellas. Mi vida social se ha reducido a un encierro voluntario distrayéndome con series e intentando encontrar noticias que me interesen. Esta semana lo que más me ha puesto es la guerra de pujas entre Belén y Toño por una casa que se está devaluando por el mal rollo que se debe de vivir dentro.
Para esto, soy muy supersticiosa. Los que entren ahí, si se produce un desahucio, absorberán una sobredosis de malas energías. No entiendo cómo Toño ha insuflado tanto dolor y vergüenza en esa familia que estoy segura que ama. Sanchís ha acumulado tanto odio hacia Belén que no ha medido el daño que hacía a su entorno. En su carrera por la destrucción de su enemiga ha dejado desprotegidas a personas que oyen un perfil de su padre que también les arrastra a ellos.
Eran inseparables
Hace un par de años jamás habría imaginado que la relación de Belén y Toño Sanchís acabaría así. Eran inseparables e indestructibles. Belén siempre creó un muro de defensa que protegía a este de las sospechas ajenas. De vez en cuando tenía ciertos avisos, pero su lealtad siempre vencía a la desconfianza. Por eso es más deleznable la traición del representante. Siempre recordaré cómo él me pedía con lágrimas de cocodrilo en los ojos que la cuidara. Me emocionó esa protección y entendí que Belén sacara la cara por él siempre.
Jamás habría pensado que él no cuidaba a esa persona, sino a su producto. Estoy absolutamente de acuerdo con algo que dijo Jorge Javier. Toño nunca quiso a Belén. Y yo añadiría que incluso llegó a odiarla. Probablemente porque ella era eso que él soñaba ser en silencio.