Sí. Podría hablar de Gloria Camila y el troglodita de su novio. De las frases de esta chica, que me martillean todavía. La primera: “A ver si estos [refiriéndose a sus compañeros de isla] hacen algo en la vida”. Entiendo tu rabia, cari. Tenían que haber hecho el casting en Harvard y haberte encontrado con tus compañeros de curso. ¡Qué soledad intelectual tan grande arrastras en esa isla! Y luego dices: “Si mi hermano estuviera aquí, pondría firme a esta gentuza”. Ahí me emocioné.
Recuperé imágenes de tu hermano con sus colegas licenciados en física cuántica, derecho internacional, y algún galardonado con el premio Príncipe de Asturias. Y me dije: ¡Uf, menos mal que no tiene que compartir noches de hoguera con estos pringados! Vuestra capacidad de valoraros es tan inmensa que conseguís sacar a flote vuestra pobreza, como una caca que devuelve la marea a su dueño.
Podría continuar y revolcarme en vuestro vacío vital, pero la protagonista esta vez ha sido Teresa Campos con su llamada a Edmundo.
Tengo que reconocerlo. Me emocionó. Al menos vi un gesto de sensibilidad en él, que hasta ahora no había sacado en todo el concurso.
Una mujer enamorada
No voy a valorar la repercusión que este gesto va a tener de cara a los votos a favor de Bigote, que probablemente le beneficiará. Me quedé con el tono de una mujer enamorada, que pasó del pudor a las críticas, para declarar públicamente el amor que siente por su hombre.
Ya está todo dicho. Edmundo ha sembrado fuerte en el corazón de la Campos y esta está dispuesta a seguirle donde vaya. A su vuelta, él recibirá la información de la enfermedad de Teresa. También de esa medalla al Mérito del Trabajo.
Y también, tal vez –y digo tal vez–, también le cuenten las críticas que ha recibido durante el concurso, entre ellas, las de esta servidora.
Tengo la sensación de que esto último le va a afectar poco o nada. Bigote Arrocet ha conseguido aislarse del mundo y como buen robinson de la vida ha buscado y encontrado su isla. Y desde luego, no es Cayo Paloma.