Mira que intento no ver el debate de ‘Supervivientes’ para no calentarme. Pero es inevitable que antes de irme a dormir le eche un vistazo a ver el ambiente y algo inédito de la isla. Estoy enganchada a esta edición. No sé si es un cásting de buenos supervivientes, pero no hay duda de que es un buen cásting.
Veo a la representante de Bigote en plató, que para mí es Carmen Borrego (la Tortosa es una figura desdibujada, para disimular), y me reafirmo en mi teoría de que es la más lista de todas las Campos. Terelu está sufriendo la participación del novio de Teresa en esta edición. Y es así. Es cierto que los vapuleos se los lleva ella de manera injusta. Pero es la persona más próxima al concursante en el plató. Es inevitable. Carmen pisa un terreno mas amable. O al menos me lo pareció en los pocos minutos que vi.
De todas formas, ambas son muy diferentes. Terelu es emocional, y se le acumula la rabia sufriendo el desalojo mediático que les está produciendo el concurso de Bigote. Carmen se desliza por los comentarios de los colaboradores del debate con la maestría que le da la falta de empatía con su defendido y sus detractores. Carmen es sagaz. Y sabe que esto de la tele puede ser pan para hoy y hambre para mañana. Así que se ha puesto en la cola del racionamiento de Arrocet. Y hace bien.
Edmundo Bigote Arrocet nos está dando juego a pesar de su mal concurso hasta ahora. Iba de ‘Frank de la jungla’, y se está dibujando como Paquito el Chocolatero. Ahora creo entender los miedos de Teresa por que fuera a este reality.
Distante y antipático
Allí no hay maquillajes ni escondrijos para ocultar tu personalidad. Estamos viendo a un ser distante, antipático y marcando distancia con el resto de los concursantes. Los gestos desde la comodidad ocultan el fondo de la personalidad. Aquí está dejando al desnudo la incapacidad de adaptarse a un medio hostil. Su nueva familia repite hasta la saciedad que se fue de casa a los 12 años. Quieren retratarlo como un ‘Oliver Twist’. ¡Ay, si Dickens levantara la cabeza! Lo cierto es que sin poner en duda esa infancia de mendicidad emocional, Bigote se ha convertido en un profesional de la supervivencia. Y no hablo de la isla, precisamente.