Estos días se ha instalado en mí un okupa que ha tenido la habilidad de dejarse ver cuando estaba indefensa. He cobijado un herpes zóster sin saberlo. La verdad es que no me hace la vida demasiado agradable.

Pero lo que no sabe es que a lo largo de mi existencia he creado autodefensas suficientes para que se convierta en una molestia a la que intento hacerle el mínimo caso posible. Espero que se aburra de mi falta de atención y se vaya cuanto antes.

Ayer tuve que salir un momento a la farmacia y me sentí como una presa saliendo al patio unos minutos. Corría con miedo a por mis medicamentos en una calle vacía donde se respiraba pérdida y soledad. Ninguno estábamos preparados para vivir esto. Y, aún así, nos hemos cogido de la mano para cruzar este puente.

La solidaridad, el intento de mostrar que estamos bien con nuestras salidas a aplaudir a los balcones, nos indica que teníamos una fortaleza escondida. Pero también tenemos que permitir que broten nuestras debilidades, como mis ampollas producidas por este herpes que juega a desquiciarme. Debemos reconocer que tenemos miedo y que necesitamos esos abrazos que nos calentaban en momentos de frío.