Ha sido una semana intensa que ha tenido un protagonismo absoluto: las paranoias y mentiras de Avilés, con sus cómplices de paseos por el patio del nido del cuco. Un manipulador que ha conseguido enganchar a una audiencia que lo sigue, pero que no cree ni un gesto de este monstruo que hemos creado entre todos.
Él se escuda en que es un niño. Y a mí me produce el mismo pavor que encontrarme a un ratero en un callejón oscuro. Es manipulador, mentiroso, ególatra, megalómano y, parece ser, un presunto delincuente. Aunque espero que esto no sea verdad. Además, habla de su infancia con un discurso que su propia madre desmiente en sus intervenciones.
Un yonqui de la fama
Hoy lo he visto en directo hablar con sus compañeros de programa y me ha sorprendido que suplicara textualmente a mi compañero Kiko Matamoros que le ayude, dejando claro una ausencia absoluta de sus padres en esa súplica de refugio. Sigo sin creerme sus lágrimas ni sus defensas con ese discurso lerdo y atropellado que se apodera de él cuando una cámara lo enfoca. Se ha convertido en un yonqui de una sustancia que ni siquiera ha probado todavía, pero está dispuesto a dar su vida por ese flash que siempre ha soñado en esa vida de oscuridad de la que solo le libraba ese halo que siempre le iluminó con luces muy lejanas. Ahora está tocando esa estrella, que le parece cercana. Pero que estoy segura de que en algún momento tendrá un apagón sin aviso. De todas formas se merece, como pidió, una segunda oportunidad. Ojalá la aproveche. Yo se lo deseo.