Siento cierta pena por Carmen Borrego. Intenté evitar la entrevista por la adoración que siento por Terelu, pero el trabajo para mí es sagrado. Terelu está permanentemente pendiente de mí estos meses, y los días antes y después de la entrevista he estado con ella. No me hizo ninguna pregunta y sabía de mi cita con Carmen para la revista. El respeto con el que trata mi trabajo la hace muy grande en la amistad, y sabía que mi trabajo lo era.

Estos días me está costando entender la virulencia con que se está criticando su exclusiva, que soltara todo lo que sé que acumula por ese miedo al que se refiere continuamente. Sin embargo, yo recuerdo la entrevista de una manera diferente. Era una persona desprotegida que pedía ayuda y me lo contó. Eso es todo.

Carmen estaba triste y decepcionada con algunas situaciones, pero hablaba con un amor inmenso a su hermana. Me consta la relación que tienen. Terelu protege a su hermana con devoción, pero intuyo que Carmen tiene un problema que resolver: no sabe defenderse en el terreno de juego y eso la hace muy vulnerable. A mí, me está provocando ternura en estos últimos meses, reclama el cuidado permanente de su hermana, porque se siente protegida en un plató o en su vida diaria. Y la entiendo. Cuando Terelu entra en tu vida es difícil prescindir de ella, y Carmen se sigue acurrucando en ella.

La habilidad de Terelu para enfrentarse a una entrevista hace culpable a Carmen en cualquier juicio mediático por tener menos filtro, pero lo cierto es que nunca defrauda y sabe que se va a poner enfrente de un pabellón de fusilamiento. Siempre consigue las mismas reacciones, pero lo bueno es que ya se está armando y no le pilla de sorpresa. Da ternura oírla decir de una manera convincente, que la gente no la quiere, que sabe que produce rechazo. Creo que su incursión en televisión le está costando caro anímicamente, y lo peor es que no ve otra salida para sobrevivir.

Ella, durante mucho tiempo, ha sido el soporte profesional de la familia, y ahora se encuentra como una piedra delante de ellas que no las deja caminar. Se siente culpable cuando habla y cobarde cuando calla. Esto es difícil de conciliar, y cuando te lo cuenta, no sabes qué decirle porque, aunque sus reflexiones son muy desconsoladoras, está cargada de razones para chapotear en este estado de ánimo. Si quiere seguir en esto, tiene que pegar un salto al vacío y desvestirse de ese terror que la tiene atrapada. No le queda otra. Es el único consejo que me atreví a darle.