Me he cogido una semana de vacaciones para ir a ver a los niños y desconectar. Estoy hecha un absoluto lío y, por qué no decirlo, tengo algo de angustia por una decisión que debo tomar en los próximos meses. Así que he estado un poco al margen de los acontecimientos. Cuando me he puesto al día, ha habido cosas que me han interesado algo y otras que me han aburrido hasta el bostezo, como los posados poco creíbles de Chelo y señora. Son tremendamente soporíferas y, digan lo que digan, tienen una relación muy triste y superficial.

Pero si ha habido algo que me ha producido mucha tristeza es el estado de salud de Kiko Matamoros. Él y yo hemos tenido años de una maravillosa complicidad y otros con desencuentros por haberle advertido que estaba mordiendo una manzana envenenada. Eso nos separó y la relación no volvió a ser la misma, pero sentí un pellizco cuando leí su entrevista. Lo último que quiero pensar es que las noticias que reciba después de su intervención no sean favorables, ahora que se había soltado de las cadenas de Maléfica y estaba siendo un hombre feliz en libertad.

El sábado volví de Ámsterdam y lo vi en el ‘Deluxe’. Ahí, volví a reconocerlo. Kiko tiene una capacidad maravillosa para despojarse de cualquier rabia y volver a la ternura; ser ese amigo que cuando te miraba sabías que estabas segura con él en cualquier trinchera. Hemos pasado mucho tiempo trabajando juntos en el mal llamado ‘eje del mal’. Pasado un tiempo, he visto que había en él más bondad y esfuerzo en remar a favor del programa, que en otros abrazados a la hipocresía para destacar sus bondades. Quiero que Kiko salga de esta, y volver a vivir con él y mi otro Kiko situaciones donde la risa nos ha salvado siempre. ¡Y así será!