Hoy no tengo un buen día. Hasta ahora, el confinamiento no me había creado más problema que la falta de movilidad y la lejanía de mi gente. Hablo con Lolita, y ambas no disimulamos la tristeza que nos supone estar alejadas de nuestras familias.
Lolita Flores, al igual que Jorge Javier, tenía planificada una temporada de teatro que pensaba disfrutar, y este virus la ha mandado a un destierro del que desconoce cuándo le comunicarán la vuelta. Cuando le cuelgo, tengo un ramalazo de añoranza. De añoranza a un pasado donde éramos libres y felices pensando que seríamos así el resto de nuestras vidas.

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Tanto Lolita como yo hemos tenido un recorrido nada fácil hasta encontrar nuestro sitio. Y ahora somos dos abuelas a las que lo único que nos preocupa es la felicidad de los nuestros. De hecho, le pedí un regalo para mi nieto Alexander que solo ella podía conseguir, y lo tuve en cuestión de horas. La echo de menos. Con ella no tengo que disimular mis miedos.
Cuando se publique este blog, será el cumpleaños de mi hija Alba y había hecho mil planes en mi cabeza para este día. Lo de no poder abrazarla se me hace un nudo difícil de desatar. Pero esto va a acabar. Y cuando llegue el final de toda esta pesadilla, voy a alojarme en mi familia y en la gente que quiero con más intensidad que nunca. Esta alerta me ha hecho darme cuenta de muchas cosas, unas buenas y otras no tanto, como he dicho al principio. Pero, definitivamente, me voy a quedar con todo aquello que me haga más feliz el trayecto que me quede.

lolita flores