Paula Echevarría nos ha tenido catorce meses para anunciar su nueva ilusión. Jamás habría imaginado para ella un perfil como el de Miguel Torres. Tiene una estética perfecta y es bastante obediente para los silencios y las presencias de ella. Pero hay algo de él que me hace recelar. Desde que empezaron a dar su nombre he oído de todo. Parece ser que no solo no desdeña la fama, sino que la disfruta como su manjar preferido. Dibuja cierta timidez, sin embargo dicen que en el arte de la seducción despliega sus alas con habilidad. No soy aficionada al fútbol, así que nunca oí hablar de él. Los que le han seguido dicen que no es comparable con grandes estrellas, pero que es currante y buen compañero. Ahora es el deportista más buscado y, desde luego, no tiene actitudes de principiante en este escenario.
Me gusta Paula. Y ahora me resulta menos artificial por esta relación. Muchos pensábamos que el sustituto de David sería un empresario forrado que la llevaría a lugares exquisitos en aviones privados. Pues no. La pasión le ha movido las entrañas más que el interés y ha elegido el abrazo de su adonis ante cualquier otra propuesta. Paula lanzará a su chico al estrellato, a la puja de firmas que luzcan sus modelos junto a su chica en las redes. Y nos pondrán los dientes largos con abrazos infinitos. Esto es imparable. Los goles pasarán a ser una mínima parte de su éxito profesional.
Ahora también la parte contraria ha entrado en acción. Esta semana Bustamante ha concedido una entrevista donde el glamour está servido. Seguro que será un duelo de postureo con su rival. Aunque me temo que ya hay ganador en pista. Como decía, Torres me tiene despistada. No me produce misterio y eso me aleja de él, pero tal vez sea eso lo que Paula haya buscado para mantenerse en calma. Nos queda Echevarría y Torres para rato. Así que tomen asiento y abróchense el cinturón. El vuelo está despegando y espero que el tiempo para el aterrizaje sea largo.