No puedo llegar a entender el movimiento contra Soraya Arnelas y Samanta Villar. Dan cierto pavor estos jueces mediáticos que escupen el insulto con la misma facilidad que una flema. Vigilan nuestros gestos con una crueldad sin límite a veces, y lo peor: embozados en la cobardía del anonimato. A mí me daña particularmente porque durante años he sentido ese dedo acusador, movido por el odio de algunos/as cuya única información es el movimiento cerebral dañado por la inquina y la maldad.


Las declaraciones de Samanta pueden llevar a la confusión, pero hay que leerlas con la limpieza del mensaje. Ser madre es una aventura maravillosa que vivimos desde la libertad. Pero también es cierto que nuestra vida se engancha naturalmente a la vida de nuestros hijos, y eso nos hace permanecer en una alerta vital. Una alerta –también es cierto– que nos hace vivir experiencias extraordinarias.


Soraya y Samanta serán unas magníficas madres porque poseen algo fundamental para ello: la libertad y la valentía. Nuestros hijos prefieren vernos con el gesto al sol y no en la oscuridad del miedo.
Mientras escribo esto, oigo el grito de unos niños sin alimento en cualquier parte del mundo. Pienso en el aumento de la pobreza infantil y la falta de recursos para aliviar esta lacra. Pero, sobre todo, me pregunto si estos jueces anónimos están participando en mejorar la vida de estos niños con la misma intensidad que la crítica feroz a unas madres, cuyo delito ha sido compartir su vivencia sin gestos histriónicos. La maternidad es un regalo que hay que abrir cada día y celebrarlo, desoyendo las voces de espectadores chapapoteros.