He estado muchos años dando vueltas y vueltas a ningún sitio caminando bajo las coordenadas de una brújula con las manillas paradas en el miedo y la burla. Me prometí que el día que encontrara un puesto de reposo, ahí me quedaría para siempre. No pedía mucho. Solo ver la cara de mi hija cada vez que quisiera y sentir sus abrazos como cuando era niña y se acurrucaba en su zona de confort. Al final, a base de no hacer caso al cansancio e ignorando los tropezones y los rasguños que me invitaban a abandonar la ruta, llegué a mi casa.Y conseguí abrigo en noches de invierno y soplos de aire fresco en verano.
¿Por qué os cuento esto? Porque después de volver de ‘Supervivientes’ no paro de preguntarme si ha merecido la pena ponerme a la intemperie otra vez.

Recuerdos de honduras

Cada noche miraba el cielo de Honduras. Muchas veces estrellado, y otras con la negritud que amenazaba esa tormenta que nos hacía temblar.
Con los huesos doloridos por la humedad y el corazón a punto de abandonarme y no regalarme más latidos, me venían imágenes de los míos como estrellas fugaces que no te permiten conservar ninguna huella.
Era muy duro no poder estrecharles ni oír sus voces.
Imaginaba qué harían Alba y mis nietos en ese momento, y solo quería correr a abrazarme a sus vidas. Y sí, quise irme cada día.
Pero al final recordé que tuve caminos más fangosos y los crucé. No podía dejarme derribar por los comentarios de los que estaban esperando que me cayera para patearme la cabeza.
¡Ni hablar! Así que cada día me levantaba, recordaba las miradas de mis nietos y continuaba. A ellos no les podía decir que el miedo maneja tu vida.

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