Hacía muchísimo tiempo que no organizaba un viaje de chicas, y me parecía algo divertido. Después de barajar muchos sitios, acabamos en Medina del Campo en un balneario; algo que para Patiño era perfecto. A ella le hablas de un desierto donde han habilitado un gimnasio y un spa, y para allá que se va. De hecho, me contaban que, muy temprano, la veían caminar en círculos por el hotel, esperando que abrieran el balneario después de hacerse más de ocho kilómetros andando. Solo con el relato que nos hacía, a Ro, a Cristina y a mí nos producía tremendas agujetas.
Han sido unos días compartidos con personalidades y edades tan diferentes que el resultado era difícil de prever. Pero todo salió bien. Cuando el lujo no te envuelve, te destapa el entorno. En este viaje hemos conocido una historia de amor maravillosa: la de Marisa y Ricardo; dos personas a las que la vida unió después de fracasar en su primera relación. El amor se ancló de un manera firme en ellos; tan firme que cuando le llegó un problema de salud a él, Marisa abandonó su vida y, ahora, dedica cada día a no soltarle de la mano. Tenía que contar esto porque es una manera de homenajear a tanta gente anónima que ejerce de cuidador, y no espera más recompensa que la sonrisa de la persona que ama. Como los cuidadores de alzhéimer, esos héroes con tanto mérito y tan poca visibilidad. Mi padre fue uno de ellos, y no he podido evitar recordar imágenes que me partían el alma. A mi vuelta, encendí la tele y se estaba emitiendo el debate de ‘Supervivientes’ y decidí ponerme una peli. No. No iba a consentir que me borraran las historias de amor más bellas que he conocido. Mi madre perdió la memoria, pero siempre rescató la que le unía a mi padre. Cuando él murió, ella le buscaba continuamente y decidió ir a buscarle donde estaba segura de que le encontraría. Él se ocupó de que llegara para seguir cuidándola.