No quería entrar en esta presunta, real, imaginada, guionizada u organizada relación de mi compañero Kiko con su nueva novia. Quería creerme esta historia, pero no me lo está poniendo fácil. No dudo de que tenga éxito con las mujeres, pero no sabe elegir. Él sabe que es una señora con sus años, magníficamente cumplidos, de Albacete, que se ha buscado la vida como ha podido. Y es respetable.
No es un Romanov
Pero tampoco es una descendiente de los Romanov que se puede permitir escupir a la plebe. Miro a Kiko y veo a alguien que quiere vivir alguna historia que le emocione, que para él es mucho, y eso le hace unirse a personajes que entienden que la cultura se suple con sentadillas que les hacen más fácil el cruce de piernas. Donde habite el músculo, que se quite la intelectualidad. La lectura es para celulíticas incapaces de tener un hueco en la admiración de mi compañero.
Las arremetidas contra Belén
Otra cosa es cuando arremete contra mi compañera Belén, que por cierto lee con avidez y tiene una inteligencia natural que ya querrían muchos. Cuando oigo a Belén me divierto y aprendo. Por el contrario, con las Barbies de Kiko me aburro hasta no sostener los párpados. Él presume de ilustrado, pero luego se engancha a la mediocridad como si volviera a ese barrio, donde el ocio se disfruta entre copas y apuestas. Le veo sentado en su nueva sección y solo es capaz de crecer vendiendo a sus chicas y sus intimidades.
Ha vivido tanto tiempo en la estupidez y la frivolidad de la incultura que ya no sabe cómo gestionar su talento. Vestido de firma, aunque pase frío, me produce pena, y a veces ternura. Decía alguien: “Cuando no sepas dónde ir, sigue el perfume de un sueño”.