Mi última noche en Menorca. El tiempo en vacaciones vuela como los perros de Jorge Javier cuando oyen el silbido de reparto de comida. He sido la última en irme, y aproveché el día para hacer... nada. P. sonríe mirando los movimientos de los perros con una ternura que me desgaja. Jorge no para. Me ha sorprendido la disciplina que tiene para recibir al entrenador cada mañana y, después de una hora de ejercicio, correr a la elíptica. Pero esto no alteraba mi autismo al esfuerzo. Y si me sentía culpable por mi indolencia, abría una lata de cerveza helada, y la culpa volaba como un cometa.

El testigo de su miseria

Han sido unos días cargados de risas y complicidades, de conversaciones cargadas de fardos de cuentos infinitos, incluidos los 'illuminati'. Ahí me llegó una señal de alarma y me fui pronto a la cama. Llegué al aeropuerto rodeada de una multitud que deambulaba buscando puertas de salida. Y me empezó a rodear la tristeza y la nostalgia. Así que intenté cabrearme por el retraso anunciado del vuelo, por las peticiones de fotos, que odio. Y me metí en mi bucle de confort. Me niego a echar de menos, porque sé que acabará doliendo.

Una vez pisada tierra firme, me encuentro con la portada de Isabel Pantoja en un barco con la mirada cerrada a modo de recordar un poema de Pere Gomila, por aquello del anclaje a la cultura isleña. Solo rompía la armonía pictórica la plebe familiar rodeándola como tiburoncillos al olor del condumio. Ella posa con las piernas tensas y el esfínter mediático relajado. Sabe que tiene que hacerse ver. Es lista como el hambre, y sabe que el misterio de sus encierros la encadenan al olvido.

Cantora y Agustín han sido sus carceleros amables durante mucho tiempo. Pero después de masticar un auténtico encierro en prisión, sabe que tiene que salir a la luz de los focos que le devuelvan esa luz que ennegreció en su celda. La tonadillera ha perdido interés. Y su familia anda deambulando por las redes sociales buscando un hueco donde narrar sus naderías.

Pantoja ha sido grande. Pero no ha conseguido que su entorno la corone. Su familia está siendo el principal testigo de su miseria. Y es una pena. Pasará a la página de las grandes absorbidas por la pequeñez de un entorno que la asfixia en la mediocridad de los merenderos de carretera. No hay más que verla, arrastrando el carrito de la vulgaridad de su gente. Ojalá pudiera transportarme a Menorca y pasar una noche más compartiendo tostadas con Romeo. Sí. Hoy les he echado terriblemente de menos.