Chabelita y Alberto han sido los protagonistas del reencuentro más patético que se ha vivido en un plató de televisión. Él venía de la isla con el porte de Robinson Crusoe esperando narrar su aventura de supervivencia, y se encontró con otras imágenes que nada tenían que ver. El chaval miraba atónito las juergas de su mujer pasando olímpicamente de él mientras pasaba hambre y frío pensando que su Dulcinea estaba pendiente de sus hazañas.

Nada más lejos de la realidad. Chabelita se paseaba y tambaleaba de feria en feria dejándose querer con generosidad y dándolo todo en festines carnales. Alberto miraba a su alrededor pidiendo ayuda sobre cómo afrontar la situación, mientras ella repetía un discurso lleno de contradicciones y vacío de contenido sin el más mínimo gesto de pudor o arrepentimiento. Así es la pareja de las idas y las venidas que se prometió amor eterno en una boda con la audiencia como invitados de honor. Parece que la niña Chabelita tiene el mismo ‘tempus’ para las promesas que lo que duró el vuelo de vuelta de Honduras. Ella es alisarse las extensiones y entrar en el baile infinito de la noche. Tenían muchas cosas que aclarar, repetía ella. Y él se debatía entre la furia y guardar las formas para no quedar como un marido ultrajado. No creo que la conversación durara mucho. Ambos saben lo que hay. No tienen oficio, pero sí beneficio: el de los medios. Así que seguirán estirando la situación hasta que las ofertas se agoten.

¿Cómo vivirá Pantoja el dudoso futuro de sus hijos? Pero, como dijo una vez su propia hija, ella no está en condiciones de dar consejos. Su última aventura amorosa la condujo a la cárcel. De momento a Chabelita solo la lleva a suites de hotel. Pónganse cómodos, porque tenemos capítulos pantojiles para rato.