He conocido a personajillos que se han convertido en personajes. Y personajes que se han quedado en una caricatura de sí mismos. El ejemplo más claro es el de Francisco Rivera Ordóñez, un señor que ha sido torero y que, ahora, se dedica a anunciar productos con cara de sepia e intentando disimular con aires de señorito andaluz desusado sus ridículos vaivenes para ingresar unos eurillos. Tiene un cruce de prepotencia, machismo y clasismo que le hace tener un discurso que repele. Se quiere mantener erguido, fingiendo una dignidad que le queda grande, por fingida.

El gesto desdibujado

Su boda con Eugenia Martínez de Irujo le colocó en un pedestal social que, al principio, supo llevar con cierto pundonor. Pero no pudo convivir mucho tiempo con ello. Él era más del trote callejero, como su madre. La diferencia es que ella hacía esto sin perder un ápice de glamour, y a él le sale la pana. Los Rivera han salido con tonos muy distintos. Cayetano es el que ha sacado lo mejor de la raza. De Paquirrín, nada que añadir. Ahí lo tenemos. Es cierto que nos ha dado imágenes que no le favorecían y una vida repleta de vacíos, pero creo sinceramente que es una buena persona. Las fachadas a veces no esconden el interior y, desde luego, la del señorito Rivera Ordóñez nos ha permitido verle en paños menores –metafóricamente hablando, claro–. No tenía intención de mencionarlo, pero su entrada en ‘Sálvame’ me produjo un retortijón que tenía que aliviar. Su tono de desprecio con la presentadora y la falta de respeto al trabajo de mi compañero Omar me asqueó. Sin duda se ha quedado en una caricatura de lo que quería ser, y supongo y espero que eso sea lo que le pinta ese gesto desdibujado de aprendiz fuera de la plaza.