Cuando leáis esto, ya habrán pasado las Campanadas. Sé que van a salir bien, porque tenemos un equipo que se ocupa de que nuestros fallos pasen desapercibidos. Profesionales que viven en la trastienda haciendo posible los guiños de cada día. Sin embargo, mientras escribo, estamos en la recta final antes del 31 de diciembre. La emoción que esperaba está siendo engullida por chamalireros/as del mal rollo. Nunca me acostumbro a aceptar que vivo en un mundo donde el éxito de unos es el fracaso de otros. Cuando me preguntan qué siento por estar en la Puerta del Sol como protagonista de ese momento que he vivido durante toda mi vida, me sorprendo porque la tristeza apaga ese cañón que me iluminaba de niña.

Me gusta el reconocimiento y el éxito, pero prefiero un abrazo a media luz. Sé que voy a vivir una aventura extraordinaria, inalcanzable para muchos. Y lo voy a disfrutar. Pero no puedo evitar pensar que los sueños cuando se cumplen se van a un limbo que nos deja desamparados. Cuando mi director y amigo Luis me pidió que adelantara este blog, pensé en decirle que no podía. Tenía mil excusas. Reuniones de escaleta, pruebas de vestuario... Pero decidí no esconderme y escribir desde ese estado de ánimo que me resulta difícil entender. Estoy viviendo un momento óptimo. He conseguido que mis proyectos empresariales estén siendo más exitosos de lo que podía imaginar. Mi entorno familiar goza de una salud perfecta. Voy a recibir el año desde la misma plataforma donde he visto posarse durante años las hadas de mis fantasías. Y, sin embargo, a pocas horas de cumplir un sueño no puedo evitar que la tristeza no me suelte. Aun así, os deseo que la ilusión no nos deje de prestar sus alas nunca. Ese será mi primer propósito para el nuevo año. Disfrutar tanto la vida cuando me encuentre en las manos de la tristeza como cuando vuele con las alas de la ilusión. ¡Feliz Año!