Estos días he sido puntuada por mis compañeros de ‘Sálvame’. Y tengo que reconocer que no he salido muy mal parada. Aunque también diré que las votaciones estuvieron un poco arengadas desde plató. Si hablaban bien de mí, yales condecoraban con la insignia de pelota o les acusaban de intentar evitar mis misiles por el terror de enfrentarse a una francotiradora como yo. Y me sorprendió que aún así fueran generosos. Tal vez porque este encierro me está dando en la línea de flotación de mis debilidades.
Los juegos del hambre
Tengo que reconocer que los echo de menos y que les tengo más cariño del que pensaba. Y, sobre todo, más respeto. No solo a los que dan la cara, sino a todo un equipo que está trabajando a destajo y más unidos que nunca para que no pare el espectáculo.
Una vez dicho esto, me están dando miedo los juegos del hambre. Quiero decir que, en esta sequía profesional, están brotando con más fuerza que nunca los esquejes del mal, dispuestos a arrasar con cualquier cosecha que les haga facturar por encima de los destrozos que causen. El hambre nos proporciona muletas defectuosas que no nos protegen de caer en esos agujeros negros que nos acechan en caminatas a oscuras. Y sé de qué hablo, porque viví algún tiempo tropezando, buscando una salida errónea.
Estoy viendo a un Kiko Jiménez disparando a discreción contra todo y contra todos, con tal de conseguir esa trinchera que le siga protegiendo del olvido. Y a una desdibujada Alba Carrillointentando subir a la red y perder el punto por su falta de destreza en colocar sus golpes, minimizando la fuerza de su adversario. Ahora la veo más como recogepelotas. En este tiempo de silencio y de atrincheramiento, es inevitable que salgan los que creen encontrarse a salvo en tiempos de guerra, porque para ellos es terreno amable.
Mentiras como dogmas
Muchas noches, antes de dormir, pienso en qué va a pasar cuando cada uno vuelva a su vida y a su trabajo. Y no puedo evitar sentir cierto temor. Porque algunos, después de esto, volveremos debilitados, mientras otros se han alimentado de la abundancia que les ha proporcionado los espacios vacíos de respuestas a unas miserias, que en este momento de caos no nos producen ninguna reacción, más que la de verlos como supervivientes que bajan del monte a buscar comida en noches oscuras y cargadas de miedo. Las mentiras se están convirtiendo en dogmas de fe. Las miserias, en rellenos de despensas. Las dentelladas de lobos, en pequeños mordiscos de tus mascotas.
De la rabia a la fuerza
Y el ataque sin piedad es un juego de tronos televisivo, a ver quién recoge el cetro temporal. Pero todo volverá a su cauce y estoy absolutamente convencida de que algo va a cambiar. El contacto será menos cercano, pero más real. He vuelto a oír a Sabina y a alejarme de los gritos. No me produce pudor llorar si me preguntan cómo estoy, porque siento que les importo.
Se me ha ido la rabia y le estoy dando paso a mi fuerza. Hacía mucho tiempo que no daba las gracias por lo que tengo y ya no me quejo por lo que creía mis carencias. Ya solo me desgarra la distancia física que me separa de mis nietos, pero a cambio veo cada día que son felices. Me siento una privilegiada y me olvido de mis necesidades sabiendo que están a salvo. Cuando nos despertemos de esta pesadilla, nos daremos cuenta de que ni en nuestros mejores sueños hemos alcanzado cimas tan altas. Yo nunca he sido más fuerte que cuando me han intentando doblar. Y estas semanas he tenido vareos que me han postrado durante días. Pero la levantada merecerá la pena de nuevo.