Cuando el destino se pone en marcha, la lógica se disipa. Eso lo vivirá Bigote Arrocet a su vuelta de la isla. Ha pasado de ser uno de los concursantes más desdibujados del reality a convertirse en el personaje principal por amor de Teresa. Un motivo, por otro lado, triste.
Las opiniones sobre si se informa al concursante del estado de salud de Teresa están muy divididas. Yo misma me contradigo cada día. Unos, pienso que no. Y otros, que se le debería otorgar la oportunidad de decidir. Pero sobre todo he hecho esta reflexión: si se lo dicen, no tiene la más mínima libertad de disponer. Nadie entendería que continuara. Y si no se lo dicen, Bigote se pone en primera línea del ranking para ser ganador. Teresa es muy querida, y los votos se pueden mover para premiarla de alguna manera. El triunfo de su pareja, que sería suyo también, puede producirse como recompensa por parte de la audiencia a la generosidad de su silencio.
Conozco algo a Teresa. Y tengo la sensación de que esta alerta le está haciendo reflexionar con más tranquilidad. La vuelta de Bigote es decisiva para el futuro de ambos. Y someterla a la voluntariedad de este, cambiaría algún renglón. Para bien, o para mal. Ella mejor que nadie sabe cual es la decisión correcta.
No soy una experta en asuntos amorosos, ya se sabe. Pero he aprendido a observar por mirillas las tramas ajenas. Dicho esto, sigo casi a diario su estado a través de Terelu, y deseo que este susto se quede en una bruma. No la he llamado porque últimamente hemos tenido nuestros más y nuestros menos. Y con ella nunca se sabe. Pero la Campos ha salido de situaciones extremas. Así que estoy segura de que esta la sorteará con la habilidad de una acróbata.
La misma que necesitaré yo para mi vuelta. Me produce una tremenda angustia la expectativa. Hace tiempo que me retiré del foco de atención y ahora me está produciendo pánico escénico. Hace unos días me preguntaron unos amigos con los que estoy pasando unos días, si me había arrepentido de contar mi intervención. Mi respuesta, fue un rotundo: “¡Sí!”