Estoy de bodas hasta la coronilla. Bodas con estrés por preservar la exclusiva y bodas silenciadas para evitar la invitación. De esta última, ya hablaremos. Sé que tendría que escribir sobre ellos, pero me voy al primer párrafo. No me sale ni una nota. Me aburren y no voy a darles ni cinco minutos de bola. Decidido. Me gustan más las guerras de los divorcios que los pasteleos horteriles de los comediantes sentimentales.
En las batallas de las rupturas, me pone mucho ver cómo los figurines se desarman y se convierten en auténticos muñecos de trapo.
Entre mis reventadas favoritas está Alba Carrillo. Alba tiene algo que la desacredita cuando habla: el timbre de voz. Soy incapaz de tomármela en serio. Pero siempre le pongo atención porque sé que me dará un titular cervantino. Y nunca me defrauda. El último ha sido grandioso, hablando de su ex, Feliciano.
En un photocall, donde la Carrillo se siente como en casa, regaló esta frase a los compañeros que le preguntaban por su tema favorito (bueno, por el único tema que se le demanda, no la he oído hablar de otra cosa que de lo malo malísimo que es ‘Feli’ con ella, que es tan “cuqui”): “El que nace cerdo, muere lechón”, dice La Cuqui.
Desde ese día sueño con nacer cerda. Al contrario que los humanos, excepto Benjamin Button, que según el relato nació siendo viejo y murió siendo un bebé, los cerdos viven en continua regresión. Yo nunca pongo en duda los conocimientos de la Carrillo, así que estoy segura de que algún colaborador de ‘Cuarto milenio’ nos dará las claves de este descubrimiento. Tal vez no hable del cerdo ibérico. Es posible que este animal viva alejado, en algún paraje recóndito huyendo de los maestros jamoneros. ¡La adoro! Su diarrea verbal cuando le ponen una alcachofa se desparrama de tal manera que te deja pegada. Ella sabe que es imprescindible en cualquier evento. Nadie como ella es tan generosa sacando titulaes de la chistera del absurdo. Tiene un don especial para contar su trágica vida en este momento, sin que el rictus del dolor le modifique el gesto. Nuestra Alba sufre, y solo la consuelan los taconeos nocturnos que se da por los saraos. Larga vida a Alba Carrillo. Desde aquí le pido que no cambie, porque consigue rescatarme del aburrimiento que cada día me acosa más. Después de esto, ¿quién habla de la boda de Paquirrín? Sería emborronar el perfil de una musa con el contorno de un obrero del esperpento.