Ya me ha exigido el cuerpo vacaciones. Y le he hecho caso. Han sido unos meses cargaditos de polémicas y mal rollo, para qué negarlo. Esta edición de ‘Supervivientes’ nos ha dado grandes alegrías de audiencias, pero al mismo tiempo un desgaste que nos ha pasado factura. Y aún queda la resaca. Pero mañana me voy al silencio, y aunque hacer las maletas me lleva un tiempo de locos –sobre todo teniendo en cuenta que nunca acierto con lo que llevo–, he decidido pasar el día con Terelu en su casa.

Necesito verla. Y, además, siempre me convence con el menú. Terelu –lo he dicho siempre– es una anfitriona maravillosa y, como cocinera, aún mejor. La verdad es que la echo muchísimo de menos. No me gustó la imagen cuando abandonó el programa, y quiero volver a las risas. Me da pena que hayamos perdido en los últimos tiempos ese sentido del humor que tanto he disfrutado con ella. Terelu es una de esas personas que nunca se van de tu vida porque es difícil desprenderse de ella. Llegar a su casa ya es sentir que el protocolo está activado para que te sientas acogida. Te recibe con ese abrazo de amiga que te hace olvidar el tiempo de separación, y te quedas enroscada a ella como un niño a su cordón umbilical.

Amo a Terelu. No puedo evitarlo. Me parece que tiene un talento y una brillantez que perdió en un sufrimiento inútil por defender a los suyos, cuando necesitaba que ellos hubieran formado un ejército para bloquearla y la dejaron sola en primera línea de batalla. Comemos, nos contamos nuestras aventuras y nuestros miedos, y al final me voy con la desesperanza de la repuesta que me da cuando le pregunto si volverá alguna vez con nosotros, un “no” rotundo que, aunque entendí, me entristece.

Me gusta que mire al frente sin miedo y con esperanza. Y estoy segura de que le va a ir bien. Pero yo no voy a poder evitar sentir su ausencia cada día. Terelu te hace creer que los abrazos están cargados de sinceridad y nostalgia. Sí. Me doy cuenta cuando llego a casa de que la echo de menos más de lo que pensaba.