Ha pasado un mes desde que me fui. Creo que nunca he estado tanto tan ausente voluntariamente. Y me ha sucedido algo extraordinario. He soñado con tener este tiempo de vacaciones muchos años. Y hete aquí, que he descubierto que mi cuerpo protesta y se siente incómodo en el ocio prolongado. ¡Manda huevos!

Ayer me reencontré con mi equipo en el ‘Deluxe’ y me sentí en casa. Suponía volver a mi vida y a destapar mis miedos al juicio popular. Una vez que me despojé de esto, volví a casa con una sensación maravillosa. Hoy me propuse regalarme un buen día. Y así ha sido.

El mensaje de mi director Alberto por la mañana celebrando la audiencia me hizo saltar de la cama y tirarme a la calle a trotar sonriendo por estar en ese punto de mi vida que imaginaba como un sueño. Y a veces, con pocas esperanzas de que se hiciera realidad.
Mis necesidades cada vez son más básicas. Y eso me ha llevado a liberarme de lo accesorio para disfrutar de lo que realmente importa.
A mediodía, recibo una llamada de Jorge: “¿ Te vienes a comer con P., Marisol y Antonio?”. Nada podia apetecerme más. Con ellos no solo me divierto, consiguen alejarme de la furia hueca que a veces me atrapa en esos bucles que me engullen y me revuelcan en la sinrazón.
Me interesa todo lo que cuentan. Y cuando les dejo, siento que he crecido un poco más.
En nuestra reuniones no está invitada la crítica ni el trabajo. Marisol me cuenta su cotidianidad, consiguiendo que no me distraiga ni me aburra. Antonio se fuga a veces de la conversación y le oigo tocar el piano. Jorge y P. siguen creando proyectos y acariciando continuamente a sus perros. Son felices. Y yo me alegro de formar parte de sus vidas.
Ha sido un buen día. Lejos del ruido y de los murmullos que aturden. Cada vez que estoy con ellos, me doy más cuenta de lo importantes que son para mí.