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Cada vez me voy alejando más de las emociones bajo precio. Me he sentido muy cerca de Diego Matamoros. Lo he protegido, cuidado e incluso he ocultado ciertas mentiras en las que le he pillado. Me ha hecho cómplice del dolor que le producía el alejamiento de su padre y su compañera hablando de sentimientos que él jamás percibió. Me ha narrado su calvario por estar su familia en boca de todos y la necesidad económica del entorno que rodeaba a su progenitor. Pensé que huiría de esto en cuanto pudiera y me encuentro con que es un digno sucesor de la dinastía de ‘todo tiene un precio’.
Unas medidas cautelares le cauterizaron el discurso que lleva vendiendo desde que supo un resultado que, según algunos, no le pilló tan de sorpresa. El programa tuvo que rehacerse y lo sentí por el equipo. Pero me sentí cerca de la demandante. No dudo del dolor de Diego. Pero también es cierto que lo puso en el mercado con toda la rapidez de que fue capaz. Y eso le resta. Ahora se enfrenta en silencio a su drama y creo que será higiénico para él. Pero me temo que seguirá su relato de alguna manera. Eso es lo malo de engancharte a este mercado de tripas.
Diego merece ser feliz. Pero tengo la sensación de que se acomoda más en el fracaso y el pasado que en organizarse un futuro lejos del ruido y el conflicto. Lleva demasiado tiempo sorteando sus estados de ánimo, sin ningún rumbo. No puedo evitar sentir cariño por este niño. Y me consta la necesidad de afecto que tiene. Pero en la búsqueda de este, se pierde en cualquier refugio sin comprobar que sea seguro. Deambula por su vida, haciendo de esta una gira a cualquier precio. He llorado, por y con él. Pero me voy alejando de su discurso. Ojalá descubra que el silencio, en estos momentos, le ayudará a cerrar heridas y una cicatrización más rápida.