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Cuando te despiertas sin poder respirar y tienes que abrir una ventana pidiendo ayuda a cualquier brisa que pase por ahí, tienes que decidir tu decálogo para evitar que la mugre de tu vida te tapone tus resquicios de libertad.
- Impedir sentirte una cobaya atrapada en experimentos ajenos.
- Intentar escuchar los sonidos limpios de gritos y eructos.
- Pasear por las trampas de los ‘ninis’ saltando por encima de sus charcos.
- Combatir el desquicio que te crea la zafiedad y la ignorancia.
- Evitar el llanto que te produce la sequedad ajena.
- Vestirte de limpio cada día e intentar perfumarte con los valores que importan realmente.
- Abrazar a tu familia y sentir el estremecimiento de la inocencia y la pureza.
- No dejarte manchar por salpicaduras de necios.
- Decir no, aunque pagues un peaje, antes que dar un sí que te estrangule.
- Y por último, tener siempre los zapatos atados por si hay que correr, huyendo del miedo y la mediocridad.
Sí. Tal vez sea el momento de sentarme mirando a un horizonte más placentero. Normalmente nos es más fácil seguir huellas marcadas y no tener el valor de salirse del camino. Pero la verdad es que esto te lleva a no vivir tus propias aventuras. El terror y la cobardía te inmovilizan. La única manera de provocar el salto es cerrar los ojos y tirarte al vacío que casi siempre te recoge si reconoces el punto de aterrizaje.