Este fin de semana he celebrado el cumpleaños de mi amigo Raúl Prieto, exdirector de ‘Sálvame’. Jamás he conocido anfitriones tan exquisitos como él y Joaquín. Cuando te abren la puerta de su casa, te ves envuelta en magia desde que entras. Trabajar con él ha sido un ejercicio diario de enfrentarme con mis miedos, mis diablos y también de mis habilidades, que supo potenciarme siempre. Lo conocí en uno de los peores momentos de mi vida. Y digo vida por decir algo. Yo no vivía, deambulaba, intentando evitar los golpes diarios de mi derrota. Él me hizo creer que podía y que sabía. Así que me lo creí y dejé de lamentarme. Cada vez que lo veo, siento que le echo más de menos. Pero también es cierto que disfruto viéndolo feliz. Mi amigo ha sabido salvar su vida privada por encima de todo. Y eso me hace admirarle.

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Las trampas de la vida


Durante la fiesta, recibimos la noticia del hallazgo de Julen. Fue una noticia esperada y no por eso menos triste. Ahí me di cuenta de que pasamos media vida lamentándonos por fruslerías. Pensé en mis nietos, que estarían durmiendo plácidamente. En mi hija, que ha conseguido formar esa familia que siempre quiso. En lo que no he sabido retener y en lo que me esfuerzo por conseguir. En esos fracasos que me hicieron perder mucho tiempo en el lamento. Pero, volviendo al presente, tengo que repetirme “que para ganar lo que nunca hay que perder no hay que llorar por lo que siempre está perdido”. Así que voy a intentar mirar a mi alrededor y quedarme con lo que tengo, que es mucho. Un agujero le quitó la vida a Julen. Vamos a agradecer a los orificios que nos permiten respirar. Porque nadie está libre de caer en las trampas que te pone la vida a diario.