Esta semana no he parado de tener acontecimientos extraordinarios. Por fin, Gustavo Marinaro y yo presentamos nuestra línea de joyas: ‘Marinaro By Mila Ximénez’. Ha sido casi un año de trabajo por parte de ambos. Pero, sobre todo, de este diseñador que me enamoró porque reúne dos cosas que amo: la locura y el talento.
Después del éxito de Kisé, quería hacer algo más y me quedé atrapada en el proyecto de Marinaro. La presentación fue el mismo día en que me anunciaron que presentaría las campanadas desde la plaza del Sol con mis compañeros Lydia Lozano, Terelu Campos, María Patiño y Kiko Hernández. Una jornada perfecta.
Además, me había pedido unos días para estar con los niños. No se podía pedir más… Pues sí, se podía pedir un taxi que te guillotine un dedo y quitarte el buen rollo con un golpe de maletero. Un ruido, un chasquido en la cabeza y una quemazón que me ardía por todo el cuerpo estaba a punto de mandar todos mis planes al infierno. Viví una situación insólita. Y ahora puedo decir que casi ridícula. Me había quedado a tomar algo con mis compañeras. Nos reímos como hacía tiempo que no lo hacíamos. No puedo desvelar el porqué. Me apetecía compartir con ellas una confidencia de adolescente que me había pillado por sorpresa. Toda una celebración. Pero alguien con prisa por dejarnos en el destino, y probablemente irse al suyo, hizo añicos mi estado de quinceañera. En fin, que todo acabó yendo en ambulancia de vuelta a casa, y rabiando de dolor en el hospital viendo cómo me cosían la yema de mi dedo meñique al resto del miembro. Del meñique hablo, claro.
Aun así, me fui al paraíso de mis niños. Vinieron a buscarme al aeropuerto con Lulu, su perrita, y me miraban el dedo con caritas de terror. Alexander me preguntó si me dolía. Y Victoria preocupada por si el taxista me había pedido perdón por hacerme daño. Me reí. Y el dolor del dedo desapareció de repente. Cada vez que les veo, me doy cuenta de lo afortunada que soy por tenerles.