Querido París: 
                   
Con frecuencia cojo una bola de nieve que tengo en casa y la giro para que se cubra poco a poco la torre Eiffel. Ahora, alterado como estoy por tu dolor, me acerco a la bola y no quiero tocarla. El frío artificial que cubre de blanco la base de mi souvenir me congela los recuerdos. Al menos, para mí, para ese turista que te quiere desde hace años y deambula por tus jardines y tus calles jugando a ser parisino, no hay consuelo.

Te escribo desde el dolor y el miedo. No paro de ver las noticias y mis amigos me dicen que te has quedado en silencio, que en las calles silba el aire de invierno y que el Sena baja con duelo escapando hacia el mar. Me cuesta mucho escribir cualquier párrafo que hable de ti. He llegado a esa edad en la cual se tiene el pleno convencimiento de a quien quieres más. Y te quiero a ti. Hoy todos dicen que son París. El terrorismo ha matado a un montón de inocentes, ha dejado decenas de heridos y miles de personas aterrorizadas, con miedo. Millones en todo el mundo se han quedado paralizados después de ver la masacre, el tiroteo, las escenas de horror. No es el momento, ni el lugar.

Eso es lo que quieren, que no seamos libres, ni felices. Y París es y ha sido siempre libre y feliz. Eres la ciudad de la que todos esperan la foto perfecta, el fin de semana ideal y la luna de miel idílica. Qué responsabilidad tienes encima. ¿Cómo lo haces? Llevas años como si fueras la chica guapa, la que se corta el pelo y se sube a una mesa de Montparnasse para bailar con las modelos de Modigliani, eres la corista sin medias que levanta la pierna en el Folies Bergère ante la mirada lasciva de Toulouse Lautrec, eres la guapa que sube descalza a la colina de Montmartre, eres la cantante que imita a Edith, la vendedora de flores, la camarera del café, la modelo y la taquillera de mi cine de siempre.

 

Màxim en París



Pensar en todo esto me lleva instintivamente a taparme la cara con las manos. La angustia vuelve. El mensaje de un amigo desde París contándome la pesadilla, el horror, y no me ayuda a escribir, tan solo a angustiarme. No tengo ni idea de cómo se puede ser feliz, ni siquiera de cómo se puede perder el miedo. Pienso que solo el hecho de haber paseado por París con la sonrisa en la cara durante semanas debe bastar para que se vaya el desasosiego, ese pavor que todo lo cubre.

Quiero recordar la discoteca Bataclan como el lugar en el que bailé hasta las tantas enamorado, quiero sentarme en una de tus terrazas a ver la vida pasar, quiero hacer mil fotos en la torre sin que salga el ejército uniformado, quiero saborear un crepe después de salir de los cines Odeon, quiero dar vueltas en la noria de Tullerias para ver los tejados de Heminway, quiero comprar un helado en Bertillón y ver los barcos desde el muelle, quiero beber vino caliente en los puestos de Montmartre, quiero subir las escaleras del Arco de Triunfo para sentirme Napoleón. Quiero andar de noche por el Sena, comprar postales en los bouquinistes, oler flores del mercado, leer en una de las sillas del jardín de Luxemburgo, emborracharme en el Marais, emocionarme en la pista de hielo del Hotel de Ville, perderme en las galerías Saint Paul, mirar los escaparates de la Avenue Montaigne, alucinar con la cúpula de Lafayette, comer macarons de chocolate, enloquecer en el Rosa Bonheur, correr por los pasillos del Louvre y comprar cuatro cosas para cenar a los pies de la torre y esperar a que se ilumine de vida París. Me niego al horror de vivir con miedo.

 

Le Carillon París



Cojo mi bola de nieve y pienso en mi París. En el París de Hemingway, en el de Edith Piaf, en el de Coco Chanel, en el de Amélie, en el de Marguerite Duras, en el de Jacques Brel, en el de Molière, en el de Victor Hugo, en el de Truffaut y, hoy más que nunca, en el de toda esa gente inocente que ha perdido la vida y que hace de París una ciudad valiente, fuerte y maravillosa. Siempre nos quedará París, sí. Pero también el recuerdo de las personas sin miedo que ya no están y de los que mantienen la llama de su amor.
Te quiero París y sé que tú también me quieres a mí.

Màxim ha escrito dos libros ambientados en la ciudad del Sena: ‘Una tienda en París’ y ‘No me dejes (Ne me quitte pas)’.