Confieso que escribo esta página desde la tranquilidad del café con leche y con la mirada puesta de reojo en mi teléfono por si me llaman. Pero confieso también que me rindo hoy ante la sinceridad de la cantante Adele.
La cantante inglesa ha sorprendido a sus fans diciendo que no maneja libremente su cuenta en la red social porque ya tuvo incidentes cuando estuvo bajo los efectos del licor. Quien dice licor, dice espumoso, tinto o espirituosos. Me explico, Adele debió escribir algo inoportuno cuando andaba ligeramente achispada y se arrepintió después. Le quitaron el teléfono de las manos y se lo quedó la representante.
Ya me costaba imaginar a la británica tecleando con sus deditos en el iphone porque tiene unas uñas que son dignas del museo de ciencias naturales (pienso en el tiranosaurus rex y en aves rapaces) y, con esa longitud, grosor y terror que me provocan, entiendo que no envíe mensajitos. Me pasa lo mismo con todas las que tienen uñas gigantes: no sé cómo os manejáis con el móvil tan diestramente. Muchachas de uñas adelianas, os honra vuestra capacidad y soltura.
La cantante tiene la friolera de 23 millones de seguidores y todos esos fans que la siguen andan ahora defraudados o sorprendidos porque es su manager quien maneja el móvil, no su diva. Unos tienen negro para escribir libros y otros, mensajes. La agente de Adele es ahora la que teclea para que la inglesa no vuelva a escribir mensajes impulsivos como cuando estaba bebida. “Ya no bebo, pero al principio enviaba mensajes borracha y metí la pata algunas veces”, ha dicho en la entrevista que le acaban de hacer. Bravo Adele. Nos ha pasado a todos.
Así a bote pronto dos cosas me rondan la cabeza en esta tarde malagueña: uno, la representante de la cantante no tiene las uñas como Adele y, dos, no bebe nunca. Porque sería conmovedor que se pusiera alegre con el teléfono de la inglesa.
La regla es ya muy vieja, si bebes apaga el móvil. Porque no hay nada más patético que escribir un mensaje a tu ex en ese momento en el que dos copitas de vino han abierto la sensibilidad, los recuerdos y la emoción. No todos tenemos agente para que manejen nuestras redes, así que mi consejo es claro y meridiano: apaguemos el móvil cuando estamos de fiesta. La noche, lo decía aquel, confunde. Y los espumosos, también.
Arrepentirse de un mensaje enviado puede ser devastador. El actor Charlie Sheen se equivocó de click y dejó accidentalmente su número de teléfono escrito para más de cinco millones de seguidores. La miss mundo Alicia Machado confundió las Coreas con China y le cayó la mundial. Hugh Jackman cometió un simple error con el nombre de un monumento de su país, salió en las noticias y tuvo que pedir perdón y echar la culpa a uno de sus asesores por “dictarle el mensaje”. Hay mucho listo en twitter pendiente de los errores ajenos y saboreando como una fiera ante su presa. Los llaman haters o aburridos. Aston Kutcher metió la patita con un comentario que a algunos les pareció desafortunado y se enteraron sus nueve millones de seguidores. Fue tal el caos que se originó con el asunto que hizo como Adele, dejar la cuenta en manos de sus asesores. Muchas veces son patinazos por la prisa, la efusividad o el licor. Allá cada cual. Quien esté libre de pecado que escriba el primer tuit.
Por esa razón esta semana le dije a mi amiga Virginia que guardara mi móvil en su bolso. Me habían invitado mis paisanos de la Denominación de Origen Utiel Requena y no quería acabar la ronda de vinos imitando a Adele. Probé los caldos, saludé a la gente de mi pueblo, saboreé varios tintos que hacen en mi tierra y me hice unas fotos ¡con cámara! Tiene mucho peligro el móvil si no se conduce con cuidado. Deberían ponerlo en las instrucciones: No amar en tiempos de tormenta, no mensajear en horas de sueño y no teclear con una copa de más. Por eso, nada más entrar al salón y oler los tintos de Utiel Requena supe que si andaba con el móvil en la mano acabaría escribiendo: te sigo echando de menos. Vuelve desde donde estés. Te quiero.