Antes de hacer las maletas para embarcarme en TVE me vengo con mi familia a la playa. Ese despertar con el mar de fondo, el aire que mueve las palmeras del jardín y mis sobrinas jugando en la mesa es vida. Te vas cuatro días y las niñas han crecido y ya te sueltan las palabras en inglés que han aprendido en clase. Me flipa la velocidad de la infancia. Miro a Elsa y Olivia y me acuerdo de cuando me entretenía con mi Exin Castillos, mi tren y mis clics de famobil. Yo, que soy muy de nostalgia (enfermizo), me estoy volviendo adicto a todo lo que escribe, dice y hace Mario Vargas Llosa. Lo último me le he escuchado es que “hay que vivir como si fuéramos inmortales”. Eso me gusta, no me lo tatúo porque ya llevo los brazos suficientemente estampados de tinta. Pero me parece una máxima perfecta para vivir. Por eso mis sobrinas juegan con los ojos bien abiertos y disfrutan como lo hacen los niños, porque a esa edad uno es verdaderamente inmortal.

Ahora que todos critican al Nobel por salir con una señora estupenda llamada Isabel Preysler, yo me he propuesto defender esa vitalidad y esas ganas de aprovechar la vida. Está el mundo lleno de envidiosos. O, como canta Alaska: la marisabidilla, el escorpión y la que quita la ilusión. Salió Mario en Página 2 y me enganché a él. El morbo es el vicio más universal que existe, dijo. Es un ingrediente de nuestro tiempo, una de las consecuencias de la libertad y al mismo tiempo un arma nociva. El escritor y periodista habla como si su mejor libro todavía estuviera por construir. El presentador le preguntó por su romance (“situación actual”) y Vargas Llosa echó a reír felizmente. Qué envidia, pensé. Eso es ser inmortal: enamorarse cuando el DNI anuncia que ya no habrá pasiones, escribir pensando en que habrá otra novela y reírse de uno mismo felizmente.

Cuando le preguntan a algunos famosos sobre sus amores, sacan bilis y echan espumarajos por la boca como petaszetas caducados. Pero cuando se tiene la clase de Mario Vargas Llosa puedes responder a todo y sonreír. Bravo y mil veces bravo.

Isabel y Mario son mi pareja favorita. Me recuerdan a la película de Diane Keaton y Jack Nicholson, 'Cuando menos te lo esperas'. Siempre hay un penúltimo amor que revoluciona las hormonas, las sábanas y el brillo de los ojos. El amor es un accidente, lo dice Bibiana. Y tiene razón, por mucho que te empeñes en enamorarte no hay manera. Sucede cuando sucede, como los accidentes.

 

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