Anda la Navidad ya en las calles, en las farolas y en los escaparates. Anda ya la vida poniéndose de colores, rojo y verde, y asomando la típica nostalgia que te aflige con la sobreexposición en los anuncios de entrañables abuelos para provocarnos melancolía y un montón de niños abriendo los ojos como platos ante los juguetes. Joder, joder, joder, como diría tranquilamente en una televisión pública Bertín Osborne. ¿A que escrito queda grotesco?  Tres veces joder, otros tantos joder macho y un variado de bromas dignas del Pajares de los setenta. Pero bueno, funciona el taco como funcionaban las suecas con bikini junto a la boina. Funciona la socarronería antigua, el tergal y el alcanfor. Sí, funciona porque es como un bar de carretera en el que nadie te ve y hablas tranquilamente sin cortapisas y sin filtro. Solo que aquí, perdónenme amigos, lo vemos y lo pagamos.

Presumir de ser un “paquete” por no saber cocinar porque lo hace tu mujer, jugar al doble sentido con “te la meto” y otras tantos machismos aceptados y rancios es indecente.  Pero es Navidad, joder, joder, joder.

Y a mi no me amarga la Navidad un tópico. Estoy en un bar de Madrid en el que suena All I want for Christmas is you que me pone ñoño casi tanto como aquel Almendro de vuelve a casa por Navidad. Oh, por Dios. Esta va a ser la primera Navidad que no me pongo un traje negro para compartirla con los espectadores desde el Programa de AR. No habrá foto para la prensa, ni copa con los compañeros ni brindis a las cámaras. Lo hago desde aquí, desde Lecturas, que se puede releer y guardar. Además, me fascina cuando te encuentras una revista vieja y te aparecen personajes que celebran la boda en una playa y ya no se comen el turrón juntos. ¡Cómo es la vida! Te sientas a ver el drama de Chabelita y resulta que ya anda besándose. Ves el duelo en negro de Isabel y anda ya del brazo del Nobel sin haber pasado por el alivio de luto. Te emocionas con un bebé rubito bajo el árbol de Navidad de sus papás cantantes y resulta que ya está pinchando en discotecas. Pasa la Vida como decía María Teresa Campos en TVE.  O como dice Alaska, miro la vida pasar.

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Querida Alaska, felicidades por tu éxito. La mujer de Mario Vaquerizo ha recibido la Medalla del Mérito a las Bellas Artes de manos de los Reyes. Felipe VI dijo que “la cultura ayuda a luchas contra la intolerancia y el fanatismo” y que “nuestra cultura nos convierte en un país con una mirada global, siempre en disposición e comprender la diversidad”. Todo eso sucedió en el Museo de las Bellas Artes de Sevilla y mi querida Alaska brilló vestida con un vestido de la Juanpe, el cantante sin ojos de Nancys Rubias. Qué maravilla, qué maravilla, qué maravilla, diré parodiando a Jorge Calvo. No somos suficientemente conscientes de la escena. Mientras le entregaban la medalla a Olvido Gara también estaban premiando a Kaka de Luxe, a Carlos Berlanga, los Pegamoides, a Dinarama, al himno gay “A quien le importa”, a La Bola de Cristal, a su compromiso contra los toros y contra el uso de pieles, al pelo rojo de infierno, a la autenticidad, a los quince millones de discos vendidos, a las Vegas, a los pechos grandes, a la cultura underground y la masiva, a lo gótico, los siniestro, lo punk, a los drags, a lo prohibido, al deseo carnal, a Morticia, a Dolly Parton, al vodevil, a México y a todos los que hemos bailado sus canciones como si no hubiera un mañana. Alaska, enhorabuena y gracias. Estoy seguro de que Letizia, tan comedida y Reina, habrá recordado las noches en las que disfrutaba libremente de su vida en algún garito madrileño. Y en esa sonrisa congelada hay miles de risas adolescentes que le asaltaron al verte con la Medalla de las Bellas Artes. Prefiero una Reina que ha bailado a una que no ha hecho nunca cola en una parada de autobús. Si he de tener Monarquía, que sea esta. Aunque, permíteme Letizia, la Reina de mi República es Olvido.

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