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Quién me iba a decir que cumpliría la redonda cifra de 45 años en París. Pues así es. He dado la bienvenida a los 45 en un bistró de Montmartre rodeado de amigos y de vino tinto. Esperanza Gracia dice que los acuarios somos el signo más genial del zodíaco y que estamos en nuestro periodo de gloria. Le hago caso a la bruja porque siempre me creo a la gente que anuncia cosas buenas. A los agoreros, que les den. Dice además que algo inesperado me va a llenar de ilusión. Resultado: pido vino tinto para todos porque uno no cumple 45 años todos los días, aunque últimamente –esto es cierto– celebro todo todos los días. Este cumpleaños empezó en el castillo de Fontainebleau de excursión y se ha arrastrado hasta los bares de Pigalle y las garras del cabaret de Michou en Montmarte, que viene a ser como Juanito el Golosina pero en parisino. Y para que no tuviera todo un único sabor francés me fui a ver el espectáculo de flamenco del cordobés Rubén Molina, que triunfa en el Théâtre du Marais dejándose la piel.
Es muy gratificante la pasión que pone el público parisino frente al duende de Rubén Molina. Piden bises y él sale una y otra vez a escena para agradecer los aplausos empapado en sudor. Después del show, en el cumpleaños más largo que he celebrado nunca, continuamos en los bares de Place Republique. Lo que empezó con crepes de azúcar acaba con palmas y taconeo.
Con los 45 cumplidos me siento en ese punto de la vida en el que ya eres lo que querías ser, ya no comes algunas cosas y ya has aprendido a sumar. Valoras lo verdaderamente importante y le quitas importancia a lo ridículo. Este viaje es el único importante: vivir. Y ojalá todos fuéramos siempre tan felices como cuando estamos de viaje.
Me encuentro en París con Luján Argüelles, que cumple los años el mismo día que yo, y que está de fin de semana por París. Quedamos junto a NotreDame y nos tomamos algo caliente. Está feliz, encantada con su preciosa niña y con su amor. Charlamos de libros y de televisión y me dice que vuelva pronto a la pantalla. Es un amor. Le digo que ya veremos, que de momento sigo aquí viviendo y escribiendo feliz a pesar del frío y del cielo gris de enero. Ella insiste cariñosamente mientras nos tomamos un café.
Visito el Louvre y a la salida llamo a mi padre, que también cumple años. Hablo con él un rato y después con mi madre, que me dice que me abrigue en París. Las palabras me saben a regalo.