Domingo 19 de agosto. Ya no estamos en el hotel de la camita supletoria, estamos en uno espléndido. Faltan diez minutos para la una del mediodía y estamos alborotados. Hace una hora mi amiga M. me estaba cortando las uñas de las manos y, de repente, le digo: “Se está moviendo el suelo”. Nos levantamos los dos de golpe y también A., su marido. Continúa el movimiento. Hasta que a los pocos segundos para. Lo que nos faltaba. Hemos vivido un ligero temblor de tierra. Nos entra la paranoia y miramos al mar a ver si se avecina un tsunami. Qué mal rollo. Tras unos minutos de incertidumbre, exclamo: “Solo faltaba que ahora que me he quedado tan delgado me mate un terremoto”. El miedo te hace decir tonterías de semejante calibre. Intentamos combatir el susto enchufándonos un gin tonic. Hoy, por si las moscas, me empujo un plato de pasta. Basta ya de renuncias.