Makokoe aguantó el tipo más de una semana pero coincidiendo con el día que ‘Lecturas’ publicó su entrevista en exclusiva se vino abajo. Abandonó el plató descompuesta y no le dio tiempo ni a decir “hasta siempre”. Luego me la encontré destrozada por los pasillos, con el rímel corrido, llorando desconsolada. Makoke no recordará su paso por ‘Sálvame’ con agrado. No seré yo quien diga que la responsabilidad es sólo de los colaboradores. El caso es que Makoke lloró el miércoles y Mila lo hizo el jueves. Ella es una de las más rutilantes estrellas de ‘Sálvame’ porque entiende su trabajo como una forma de vida. Se entrega tanto que a veces acaba engullida por esa poderosa maquinaria en la que se ha convertido el programa. Makoke lloró el miércoles, digo, el jueves lo hizo Mila y el viernes Kiko Matamoros. De impotencia. No atinaba a explicarse cómo el programa en el que lleva trabajando cerca de siete años le había dedicado tan mala acogida a su mujer. El viernes, durante una de las publicidades, advertí a los colaboradores de que el programa estaba tomando una deriva peligrosa. Patiño culpó a Makoke. No estoy de acuerdo. ‘Sálvame’ comienza a ser víctima de las deudas emocionales no resueltas del pasado de sus colaboradores, de sus enemistades, de sus diferencias, de sus desencuentros. El patio de vecinos está más revolucionado que nunca y parece que tiende al descalabro pero este programa tiene algo mágico. Cuando parece que todo está perdido, alguien viene a ofrecer su corazón. E, inexplicablemente, la luz vuelve a brillar.