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Todos tenemos nuestras zonas oscuras, esos espacios que nos inquietan porque entrar en ellos significa desestabilizarnos y hacer frente a una parte de nuestra personalidad de la que no nos sentimos orgullosos.
El miedo, el dolor y la angustia tienen una capacidad asombrosa para germinar en nuestro cuerpo y agarrarse a él como una hiedra voraz. Pero cuando compartes todos esos sentimientos que te machacan, cuando eres capaz de contárselos a un profesional, se van quedando sin abono y en el mejor de los casos acaban hasta muriendo. Y entonces te das cuenta de que la muerte no tiene por qué ser necesariamente mala, sino que es el tránsito a un espacio en el que uno se puede sentir mejor, en paz, más tranquilo.