Me voy a Londres con Cristina, P. y Mila a ver a Barbra Streisand, que el domingo canta en el Hyde Park. Está revuelta Mila. El martes dijo en ‘Sálvame’ que estaba muy cansada y que había llegado el momento de ir haciendo las maletas y retirarse a sus aposentos. Sorprendentemente, mi madre –muy crítica con estas “espantás”– me llamó al día siguiente para decirme que la entendía, que era lógico que quisiera pasar más tiempo con los suyos. Yo esa teoría la comprendo perfectamente, pero luego llega la práctica y, a los que nos va la marcha, nos entran los siete males. Está mal visto que el trabajo dé felicidad. Se lo decía a mi amigo Adrián estos días: “Me ha costado mucho reconocer que trabajar me hace feliz, tener mi agenda ocupada, idear proyectos. Luego también me lo paso bomba en mi tiempo libre, pero la gente piensa que los que trabajamos tanto es que llevamos una vida personal de mierda y no es así”. Mila está cansada, pero como lo está todo hijo de vecino a estas alturas de temporada. Pesa el calor y el estar toda la temporada dale que dale. Cuando en el horizonte aparecen las vacaciones, nos entra la ansiedad y nos ponemos de los nervios. Luego a Mila la sacas un ratito de su hábitat natural y vuelve a ser la guerrera de siempre. No voy a dejar que se vaya. Sería delito que nos privara de una personalidad tan estrambótica como la suya.