No vamos a ser los mismos después de ‘Rocío, contar la verdad para seguir viva’. Es una realidad que debemos empezar a asumir. Posiblemente seamos mejores, no lo tendremos fácil. Tampoco lo hemos tenido hasta ahora. El documental que ha protagonizado Rocío Carrasco nos ha enfrentado a un espejo que preferíamos no mirar. Todos sabíamos que algo pasaba pero desconocíamos hasta qué punto el infierno había rodeado a la hija de Rocío Jurado. Nos quedábamos viendo las intervenciones de la cantante, los mensajes feministas que lanzó durante toda su carrera, el apoyo al colectivo LGTB, lo avanzada que fue en muchísimos aspectos y las barreras que rompió. No nos dimos cuenta que su hija nos pedía ayuda desde la casa que se convirtió en su cárcel. Ahora lo sabemos y resulta imposible que no se nos encoja el estómago. Rocío Carrasco nos ha dado una lección y lejos de mirarnos con un más que merecido ‘os lo dije’, ha enarbolado la generosidad y el aprendizaje. Su tiempo le ha costado. Veinte años. A ver cuánto tardamos los demás en comprenderlo.
Todavía no podemos ser conscientes de lo que ha supuesto la emisión del documental para el futuro de nuestra sociedad. Posiblemente mucho más de lo que creemos. No falta quien se lleva las manos a la cabeza y argumenta que es solo un programa de televisión, un show como quien se sienta a ver un talent de cantantes o una nueva entrega de un reality. Para nada ha sido así. Cada episodio de ‘Rocío, contar la verdad para seguir viva’ ha desgarrado un poco más la coraza que el machismo ha tejido para que las mujeres no hablen. Que una mujer se siente en prime time y hable de su vida, del maltrato, de la violencia psicólogica, de como la complicidad de un sistema ha destrozado su existencia es incómodo, no gusta, qué necesidad tenía, lo hace por rencor, calladita está mejor -como le afirmó su propia familia-. Es venganza, está repleta de odio, quiere destrozarle la vida, no ha pensado en esos hijos, eso no se hace así. ¿Cuántas sandeces hemos escuchado a lo largo de estos meses? Lo que no se hace es anular y maltratar, lo que no se hace es humillar y manipular. Eso es lo que no se hace.
Seguramente fuimos muchos los que pensamos, antes de la emisión del estreno, que esto no iba a ser para tanto, que se trataría de otro intento que se quedaría en eso, en un intento. Bastaron pocos segundos para darnos cuenta de nuestro error. El documental de Rocío Carrasco ha sido una bofetada en la cara. Un golpe que no solo nos ha devuelto a la realidad, sino que ha dejado nuestras vergüenzas al descubierto. Ojalá ver a todos esos que se enorgullecen de su seriedad, de su profesionalidad, de su integridad, haciendo el ejercicio que ha hecho la crónica social. Reconociendo las equivocaciones, asumiendo la culpa y evolucionando a una velocidad de vértigo. Si el documental de Rocío Carrasco ha cambiado a la sociedad, más lo ha hecho con la prensa. Un sector que necesitaba, sí, una revolución de este tipo. Aquí tampoco volveremos a ser lo que fuimos antes del testimonio de la hija de Rocío Jurado. Esto lo recordaremos durante años.
Gran parte de la responsabilidad -y del éxito- de este documental se fundamenta en una dirección y producción brillantes. Hay que reconocer las evidencias. Un proyector, un fondo blanco y Rocío Carrasco. No necesitábamos más. Queríamos escuchar su voz y así ha sido. Rocío ha hablado y los demás, como no podía ser de otra forma, hemos callado. Ha habido errores, sí, claro, siempre los hay. Pero si de algo puede presumir la dirección de ‘Rocío, contar la verdad para seguir viva’ es de escuchar y aprender. Rápidamente se dieron cuenta de lo que tenían entre manos, de la repercusión social que estaba generando con una única entrega y armaron un programa sin fisuras, un empaque con un discurso elaborado, firme y feminista. No había otra forma de hacerlo. Expertas, profesionales, periodistas han desfilado por el plató de Carlota Corredera -su papel merece, siendo justos, un artículo separado- para analizar y explicar, para mostrar y divulgar. Nunca hubiésemos podido imaginar algo así en un horario de máxima audiencia y ante millones de personas. Porque así ha sido. Un espacio que ha durado más de dos meses con una audiencia más que notable en cada una de sus entregas. España quería saber, aunque parte no quiera verlo y otra no quiera ni siquiera reconocerlo.
No volveremos a ser los mismos después de ‘Rocío, contar la verdad para seguir viva’. Con suerte, seremos mejores. No nos lo van a poner fácil pero ¿cuándo lo han hecho? Gracias, Rocío, por ayudarnos a aprender.