Igual no estamos tan avanzados como pensábamos. Rocío Carrasco ha paralizado un país. Es un hecho tan incontestable como la amarga sensación que queda tras ver el arranque de su documental. La hija de Rocío Jurado ha crecido ante nuestros ojos. Hemos visto sus primeros pasos, su rebeldía, las lágrimas desgarradas en el funeral de su madre y el silencio. Uno que duró años, tantos que hasta acabó siendo anónima. Ella, la hija de la más grande. Rocío se hizo persona y desapareció del mapa. No lo hizo así su familia, dispuestos a remover cada uno de los ladrillos para no perder el foco. Puede que nunca imaginasen que esto iba a ocurrir pero, sí, Rocío Carrasco ha hablado y lo demás hemos escuchado. Algunos más atentos que otros, algunos más certeros. De repente, su testimonio ha servido para abrir debates, lanzar proyectiles y sacarle rédito. Y todo con la historia de quien quiso apartarse de todo. Si entonces no la dejamos parece que ahora tampoco vamos a hacerlo.
Rocío Carrasco ha contado su historia y nosotros nos hemos creado la nuestra. Hemos vuelto a retorcer sus palabras hasta amoldarlas a nuestro argumentario. Poco importa su intención, su dolor, sus confesiones entre temblores y falta de aire. Aquí lo importante parece que es lo que vamos a hacer con ello. Qué complicado resulta todo cuando hemos sacado nuestras togas mientras señalamos a los que se creen jueces del asunto. Hasta lo que llevamos visto, la protagonista no nos ha pedido nada. Rocío Carrasco se ha sentado delante de una cámara para contar su historia. La misma que había decidido guardarse. ¿Por qué? Posiblemente porque no le quedaba otra. Porque, como reza el nada dramático título del proyecto, solo así iba a poder seguir con su vida. La hija de Rocío Jurado quiere explicarse y hemos convertido su vivencia en una cuestión de Estado. Para que luego hablen de la prensa rosa.
Telecinco
La primera media hora del testimonio de Carrasco encogió en su sofá a todos los que sintonizaron Telecinco. El silencio en twitter nunca ha sido tan revelador. Nadie se atrevía a comentar nada. Nadie, seguramente, podía comentar nada. Rocío temblaba ante nuestros ojos mientras desgranaba el sufrimiento que ha sentido. Y lo ha hecho, sí, en un programa de televisión y percibiendo una cantidad de dinero. En la cadena que ha dado voz a los que, año tras año, han hablado de ella y percibiendo la misma remuneración que estos se llevaron en su momento. Tal vez esta ha sido la justicia poética de la hija de la más grande. Sacar la vara deontológica cuando hablamos de otros siempre es más fácil que hacerlo con nuestros propios asuntos. Rocío Carrasco se ha expuesto públicamente y ha abierto la puerta a la opinión. Aunque todo apunta a que lo que podamos decir poco le va a importar. Esta es una factura que se debía a ella misma.
Escribir algo sobre lo que todo el mundo ha hablado no es más que otro ejercicio de exhibicionismo. Y aquí estamos. Ojalá este documental de Rocío Carrasco sirva para que avancemos, para que comencemos a derribar los clichés y estereotipos de las relaciones entre madres e hijos, para que aprendamos a comprender que existen muchas formas de entender las familias y no es necesario ir juzgándolas todas, para sacudirnos este polvo que parece que no termina de irse nunca. Rocío Carrasco ha llenado hoy páginas y páginas de revistas y periódicos, horas y horas de televisión, y en todas las crónicas ha faltado algo. El personaje, de nuevo, ha terminado diluyéndose para hacer con él lo que mejor nos convenga. Tal vez por esto quiso ser anónima. Tal vez por esto no se vio con fuerzas de seguir. Hemos juzgado a la Rocío Carrasco que habla de la misma forma que a la que callaba. Luego nos extrañamos que haya elegido esta forma de romper su silencio. No le quedaba otra.