Por muy modernos que seamos; por muy comprometidos que vivamos por causas justas; por muy intelectuales que sean nuestros intereses; todos -repito: todos- necesitamos una mitología popular. Puede ser fútbol, puede ser liturgia religiosa, puede ser cualquier cosa que nos atraiga y entretenga y sobre todo, que sea capaz de crear héroes y villanos.
El caso es que algunos (me da que somos muchos) andamos fascinados con Los Matamoros, familia cuyo sonoro apellido nos lleva ya a un imaginario violento, lleno de tensiones y sensacionalismo. Y en efecto es así. Esta saga lo tiene todo.
La genealogía se remonta a finales del milenio, cuando conocimos a Coto y Kiko Matamoros como amigos de Carmen Ordóñez enfrentados entre ellos. El ocurrente y divertido era Coto; el comedido y acomplejado, Kiko. Y aquí empieza el lío: Coto escribió un libro sobre la ex cuñada de Kiko, Mar Flores, en el que atacaba las supuestas ínfulas grandeza de ésta. De hecho se llamaba 'La Flor de Usera', refiriéndose al populachero barrio de Mar Flores. Ésta será una constante en la saga: el empeño en posicionarse socioeconómicamente en un entorno aburguesado.
Tras la muerte de Carmen Ordóñez, Coto se perdió en un marasmo de fama mal digerida y vetos varios. (Para muestra, vean esta entrevista en el diario murciano 'La verdad'):
¿Es esclavo de su personaje, un tipo continuamente cabreado?
No he creado un personaje, soy así. He tenido la suerte de ser un inmaduro y de no haber cambiado a mis casi 46 años. Mi hermano, por ejemplo, ha caído en ese defecto de buscar la madurez, que es lo peor.
Usted mismo se retrata borracho.
Lo de borracho lo he puesto por no decir absolutamente pasado de cocaína, que sería la realidad. No voy a hacer apología de las drogas, pero creo que la coca hace menos daño que el alcohol.
Eso dígaselo a Joaquín Sabina.
Sabina dice muchas gilipolleces y mentiras. A mí también me ha dado un infarto. Lo único que hice fue moderarme en el consumo. La heroína la dejé en una semana. Sin embargo, quiero dejar el tabaco y no puedo.
Si supiéramos cuánta droga consumen los llamados famosos…
No soy Ricardo Bofill ni me voy a chivar de nadie, pero, si hiciera una lista, sería como la de las páginas amarillas.
Todo esto Coto, el hermano díscolo que acabó tatúandose la calva y anunciando un suicidio que jamás llegó. Pero Kiko… Kiko dosificó la información sobre el clan Ordóñez, Kiko se hizo colaborador habitual de tertulias, y Kiko también se emparejó con Makoke. Parece como si esta gente buscara solo la sonoridad en sus relaciones (Kiko, Coto, Makoke…) pero en realidad esta relación supondría una visión delirante de la popularidad para el patriarca Kiko.
Conocimos después a Diego Matamoros, hijo de Marian Flores y Kiko, un muchacho valiente, educado y arrebatadamente atractivo. Participó en Supervivientes y plantó cara a su propio padre a cuenta precisamente de Makoke, la enemiga en la sombra, la maléfica madrastra que hay en todos los cuentos.
Y después su hermana, Laura Matamoros, una inteligente jovencita veinteañera se metió en Gran Hermano Vip. Jugó sus cartas, exprimió sus días, contó lo que había vivido… y ganó el concurso, tras dejar un rastro de incomprensión paternal y un solo nombre como culpable: de nuevo el de Makoke.
Makoke, que ha asomado por Sálvame en calidad de consorte, es en realidad una mujercilla con pocos recursos intelectuales y sin demasiado interés ante las cámaras. Sin embargo, tras de ellas se perfila como alguien obsesionado por las apariencias y el lujo. Como una experta manipuladora que maneja la psique de Kiko Matamoros a su antojo.
Obviamente, todo esto es imaginería popular e intereses mitológicos. Kiko Matamoros no es precisamente un ser bonachón sin voluntad, y Makoke no es una fría estratega capaz de pergeñar estas gestas mediáticas. Pero lo que no podemos obviar es la distorsionada visión que tienen ambos del lujo, la elegancia y el saber estar.
Lo realmente atrayente de esta pareja y todo lo que se genera a su alrededor, es la obsesión por aparentar algo de lo que en realidad carecen. Eso tan indefinible que llamamos estilo y engloba belleza con mesura y educación con gracia. Kiko y Makoke no solo carecen de ello. Todo que hacen, dicen o piensan, va encaminado a exhibirlo.
De ahí el gimnasio, las desavenencias familiares, la hiperbólica cirugía, la falta de escrúpulos, la vida por encima de sus posibilidades, los constantes cabreos, la lección de vulgaridad que nos dan a los espectadores cada día.
Porque el público necesita saber de estas trifulcas, de estas vidas huecas y de esta saga maravillosa. Hay algo retorcido en nuestra mente, que demanda el alarde de ordinariez de la familia Matamoros. Todos necesitamos reconfortarnos con nuestra realidad, exquisita y rutinaria, y tal vez sirva el chabacano ejemplo de Los Matamoros para discernir, opinar, distraernos, o detestar sin culpabilidad.
Me encantaría conocer a fondo la vida de Makoke y Kiko; ver las sartenes con las que cocinan, qué guardan en la mesilla de noche y de qué hablan en la intimidad.
Lo sé, debo estar un poco enferma… pero es que los Matamoros, generan mucho interés. ¿Soy la única a la que le ocurre?