En España somos muy de sagas. La saga troncal de la leyenda autóctona es la de mujer fuerte que sufre y el matador de toros, dos arquetipos que enraízan con nuestros intereses más ocultos.

De ahí deviene el interés en Belén Esteban y su descendencia; en Rocío Jurado y su descendencia y en Isabel Pantoja y la suya. Las tres se han dedicado a cantar/contar sus penas de forma profesional. La tragedia es el leiv motiv que marcará el interés de la saga.

El árbol genealógico de la saga Pantoja es del todo apasionante. En realidad, la genealogía matriz del torero Paquirri es la que da juego y se extiende maravillosamente a lo largo de nuestra fauna rosa.

Ahora mismo los Pantoja se encuentran en un momento álgido de fama “trágica”. Por un lado la matriarca es todavía una reclusa pagando por sus delitos (siempre disfrazados de amor sufriente) y por otro, estamos asistiendo a una regeneración generacional.

Los dos hijos de Isabel Pantoja la han hecho ya abuela.

Chabelita, tuvo un hijo con Alberto Isla, que a su vez era padre de otro churumbel. (Por supuesto Estefanía, la madre de este otro, también saltó a la palestra). Y Kiko Rivera, acaba de ser padre por segunda vez, de una niña llamada Ana. Su pareja, Irene Rosales, es calladita y discreta como ella sola. (“Ya hablará” pensamos muchos). Porque la fama tira demasiado y cuando la cosa cambie (la monogamia dura poco en estas sagas) Irene contará y cantará su sufrimiento como está mandado en el mito rosa español al que ya pertenece.

La madre del otro hijo de Kiko Rivera, Jessica Bueno, a su vez va a ser madre de nuevo en unos días. Casada con el futbolista Jota Peletero (actualmente jugador del Bentford F C de Inglaterra) tienen al parecer una relación bastante sólida.

Y así, los tentáculos de la popularidad se van extendiendo por filiación sexual de unos a otros asegurando la continuidad de la fama. Sin embargo, si existiera una sociología de la prensa rosa (disciplina que aprovecho para reivindicar desde aquí) estudiaría cómo el interés pierde fuelle de una a otra generación y de una a otra pareja.

Alberto Isla, por ejemplo, recurrió para reforzar su fama al idilio con Techi, ex a su vez de su ex cuñado Kiko Rivera: El morbo estaba servido. Los ex de los hermanos Pantoja llegaron incluso a casarse, en una boda clásica que pretendía emular las relaciones típicas y establecidas del amor heteronormativo. Pero claro, esta gente no es precisamente clásica, y la cosa se diluyó de mala manera… No dudo que hubiera atracción y afecto; seguro que sí. Pero les unía sobre todo la sed de pertenencia… Porque el eje gravitacional Pantoja es muy fuerte, atrae, produce y genera interés sin parar.

Y encima hay reemplazo generacional, aunque, como digo, va perdiendo fuerza conforme se alejan de la matriarca Isabel. Al igual que las visitas de Cantora (Raquel Bollo, o las cada vez más populares Mellis) cuyo interés radica en la cercanía a la tonadillera y su sufrimiento… Tenemos distracción para rato, eso seguro. La genealogía Pantoja, sus desdichas y alegrías prometen seguir durante mucho tiempo. ¡Ya solo falta una serie de ficción basada en esta fabulosa dinastía! ¡Y me ofrezco como guionista de “Los Pantoja” ya mismito!