Me gustan los hombres. Así, en plural. Me gustan para conversar y pasar el rato, pero sobre todo me gustan para la seducción y el sexo.

En 2016, en España… estas cosas todavía pesan de una forma negativa. De forma más o menos oculta, se penaliza el gusto por el sexo con más de un señor. Consecutivamente, no digamos ya a la vez, eso se considera depravación absoluta. Apelativos como “ligerita de cascos”, “suelta”… se siguen utilizando de forma peyorativa hacia las mujeres que no nos doblegamos a catar un solo hombre a lo largo de nuestra existencia.

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También se penaliza que las mujeres no quieran resultar seductoras, si no se ajustan a las modas y los cánones de belleza, delgadez y juventud que supuestamente son favorables para los hombres… Es decir, vivimos en una cultura en la que hay que parecer interesada en seducir, y en follar –así, dicho finamente- pero como si en realidad sólo quisiéramos darnos a un solo hombre. Jugarnos todo a un señor nos salga bien o no la cosa. Pero mostrarnos siempre dispuestas y con ganas.

Este sistema esquizofrénico de entender la pareja es perverso e hiriente hacia las mujeres, y más todavía si su perfil socieconómico es bajo. Es decir, además es clasista. Todo parece menos malo si se tiene dinero ¿A qué sí?

Pongamos como ejemplo a Isabel Preysler. Una mujer sociable, divertida, inteligente… asociada siempre al buen gusto y al dinero.

Se la admira como adalid del estilo, como mujer exquisita con un punto de mujer fatal. Como madura y libre, capaz de tomar decisiones conscientes, de criar hijos independientes y llevar una vida idílica. La rumorología ha creado también mitos (de heroína sexual) en torno a Isabel, pero siempre fascinantes con cierto tono exótico y admirable.

En estos días se habla mal de ella en Latinoamérica: Se ataca el que lleve un vestido sin mangas a su edad (alucinante), que lleve una dieta muy estricta (en fin…) que es una reclutamaridos célebres y que no tiene “ningún brillo intelectual, ni cultura cautivadora”.

 Y a la opinión española nos parece fatal, obviamente. Porque Isabel Preysler representa un modelo del todo aspiracional; una mujer de la que en el fondo nos sentimos orgullosos, porque es libre, es lista, es elegante, es fascinante y tiene personalidad… Y claro, tiene relevancia social porque tiene dinero. Mucho dinero. Y eso, que a priori es lo que más envidiamos, también es lo que exculpa cualquier reproche y lo que nos hace ver lo abominables y absurdas que son las críticas.

Si en lugar de Preysler, fuera la vecina del quinto ¿Qué nos parecería que se liara con un octogenario algo decrépito? ¿Con un hombre con mayor relevancia cultural y 20 años mayor? ¿Y qué pensaríamos al saber que es su cuarta pareja pública y estable? Si nuestra vecina del quinto tuviera hijos de tres hombres diferentes ¿Nos parecería un modelo a seguir? Si tuviera un novio que ha dejado a su mujer de toda la vida por ella ¿la juzgaríamos? Si se metieran con ella desde fuera, por no amoldarse a lo que se supone que debe ser una mujer correcta ¿Nos ofendería? ¿La defenderíamos?

Ojalá sí. Ojalá, no fuera el dinero lo único que nos hace respetar la libertad de las mujeres.

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