España es un país muy curioso, amén de muy bonito y apañado. Tenemos una monarquía que además de para hacer gasto y mediar en situaciones que no se solucionan, sirve para que el pueblo llano y soberano podamos criticar.

Ciertamente es injusto juzgar a una familia que no ha elegido voluntariamente ser la Casa Real. Pero también resulta injusto aguantar según que desmanes de una familia que detenta (y utiliza) el poder sin que los españoles así lo hayamos elegido.

Lo tenemos que asumir. No queda otra.

En este curioso país existen todavía tradiciones bárbaras amparadas y consentidas incluso desde la cultura. La tauromaquia goza aún de ayudas y tributos legales más propios de la Edad Media que del siglo XXI.

Lo tenemos que asumir. No queda otra.

En estas estamos, cuando nos enteramos de que la infanta Elena -la tercera en la línea de sucesión del trono-, llevó el otro día a sus hijos Victoria Federica, de 15 años, y Felipe Juan Froilán, de 18, a una corrida de toros para pasar una divertida tarde de vacaciones en Mallorca. Cada cual tiene derecho a ocupar sus horas de asueto como le plazca, obviamente.
El problema es que la legislación es muy clara al respecto de los menores en los espectáculos taurinos; y Victoria Federica (nombre que me encanta, por cierto) de ninguna de las maneras podía estar ahí. (El Artículo 4.1.3 de la ley balear especifica que "no se permitirá la entrada a los espectáculos en que se hace referencia en el apartado anterior [entre ellos, las corridas de toros ] a menores de 16 años”).

Ahora está por ver la responsabilidad así como la sanción de quien gestionara el espectáculo de la Plaza de toros aquél día. Ojalá la justicia sea igual para todos.

En teoría, tenemos una legislación que regula, que ampara y controla unas y otras cosas: La tauromaquia y la igualdad de los ciudadanos ante la ley.

Ahora bien, si la hermana del rey fuera un poco más espabilada, apelaría precisamente a la legislación vigente a su favor. (Claro que si fuera más espabilada, probablemente ni iría a los toros, ni mucho menos llevaría a sus hijos). Al menos, si yo fuera la infanta Elena -que, repito, no ha elegido ser infanta- me tatuaría el Artículo 14 de la actual Constitución Española: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”.

Lo haría para responder ante la justicia como ciudadana con derechos y obligaciones; pero sobre todo, para impugnar la contradicción de nuestra propia Constitución, que al hablar del orden sucesorio en su artículo 57, estipula que prevalece el varón a la mujer. ¿Acaso no es eso una discriminación por razón de sexo?

Es una pena que quienes están en una situación de privilegio y pueden cuestionar según qué cosas, prefieran entretenerse con espectáculos cruentos antes que mirar por la igualdad, aunque les favorezca directamente. Una pena, sí.

Lo tenemos que asumir. No queda otra.