Aramís Fuster visitó el plató de Sálvame Deluxe (y van ya unas cuantas veces) y como siempre, dio el espectáculo que todos esperábamos de ella. No defrauda jamás.
Lo mejor de la popular bruja es que tiene una inocencia pasmosa. Vive convencida de que resulta seductora y brillante, y no le molesta el alarde humorístico de superioridad de Jorge Javier y compañía. En la madrugada del viernes todo el equipo reía en su cara -¡hasta el director!- y ella parecía sentirse halagada.
La puesta en escena era tan exótica como delirante: Sandro Rey, un muy comedido Octavio Aceves, y Conchita Hurtado se sometieron a un ‘multipolideluxe’, con la no menos peculiar Conchita la poligrafista. Estos adivinos y los colaboradores, todos alineados cual astros en torno a Aramís, conformaban un show maravillosamente surrealista, que nos retrotraía a los mejores Tómbolas de Canal 9, a Crónicas Marcianas, al esperpento televisivo más genuino.
Aceves dijo no haber robado clientes jamás a Aramís, y el polideluxe determinó que mentía. Luego aclaró que “algunos vinieron a mí tras quedar descontentos con su resultado”, y contó que algunos clientes decían que Aramís se les había insinuado sexualmente. Y Sandro dijo no sentirse atraído por ella, pero al parecer también mentía.
Todo resultaba circense, improvisado, loco, y mientras veía el programa y me entraba una risa cómplice me preguntaba si había bebido y no me acordaba o me habían echado algo en la cena, porque de verdad sentía efluvios psicoactivos alterándome la mente. Pero no, era Aramís, esa inconmensurable show-woman que sólo funciona con contrapuntos alrededor.
En un Deluxe anterior se le practicó una prueba de inteligencia, y la autoproclamada máxima autoridad de hechicería mundial, tras contestar el test con solvencia y rapidez, anotó un 146, que es un rango de alta superdotación. Sí lectores, Aramís es extremadamente inteligente.
Lo que pasa es que la inteligencia -que para mí está sobrevalorada- no es más que una capacidad resolutiva que de poco sirve si no va pareja a habilidades sociales o cultura. El caso de Aramís da buena cuenta de cómo se puede echar a perder un generoso cociente intelectual si no se utiliza.
Fuster es inteligente, pero muy poco lista: No tiene intuición, no sabe percibirse desde fuera de sí misma y tiene muy poca tolerancia a la frustración. Por eso se convierte en un personaje gracioso y tosco. Este viernes noche, con gran inocencia, intentaba llevar la conversación hacia la física cuántica, que a ella le debe sonar a algo muy elevado, y es sin embargo un concepto relativamente básico y fácil de comprender por cualquiera. Se enfadaba a la mínima y respondía insultando, y se creía los halagos incluso cuando eran una evidente broma. Todo esto, junto con su peculiar discurso y profesión, y el inenarrable aspecto de “diva trash” que gasta, hacen de ella una figura original y casi necesaria en una televisión cada vez más gris y resabiada. Necesitamos candor, locura, color, humor, espontaneidad… y gente de verdad, como Aramís Fuster.
Como personaje, no me cansaré de reivindicarla nunca. La adoro.