Dos minutos. De las 12:28 a las 12:30. David Beckham utilizaba tan sólo 120 segundos para darles a sus fans algo por lo que vivir: una sonrisa, un tímido "Hi", un selfie y, lo más de lo más: dos besos. El futbolista ha elegido para H&M una serie de prendas que él se pondría en esos momentos que uno está en casa con Victoria haciendo un pudding yorkshire o jugando al bridge con Romeo, Los Essentials de David: algodones, cuadros, camisetas, chinos… todo muy ponible siempre y cuando no te coja Armani por banda, y muy contradictorio cuando las teenagers que le esperaban a la puerta de los almacenes de la Gran Vía lo hacían con fotos y carpetas forradas con él, sí, pero desnudo.

 

El astro del balón factura más en compromisos de imagen que lo que ha ganado como jugador, casi 70 millones de dólares en 2014. “David, ¿está ya en Madrid?”, preguntábamos la prensa a los organizadores del encuentro, “No, llega ahora”, respondían. “¿Del aeropuerto?”. “No sabemos”. “¿Se queda o se vuelve a marchar?”. “Tampoco se sabe”. Mutismo absoluto entorno al de Manchester. De hecho, la entrada al recinto donde se organizaba el photocall se efectuaba previa firma de un documento de confidencialidad. “¿Y esto que es?”. “Lo hemos firmado todos. No tiene importancia. Es que como es una celebritie…”. “¿En qué consiste?”. “No es nada importante”. Y por no leer dos parrafadas en inglés con una letra escrita a través de la lente de un microscopio, podrías firmar la cesión de tu casa, tu páncreas y tu hermana a un magnate árabe sin un camello en contraprestación.

 

“Creo que viene de Singapur, pero vía Londres. Ha dormido esta noche con Victoria y, luego, ha venido a Madrid”, comentaba una fan con el móvil en mano para conseguir esa preciada foto de ese primer momento de David en la tienda. “Es que sigo a toda la familia en Instagram”. “Pensaba que seguía viviendo en Los Ángeles”. “¡Qué va! Vive en Belgravia Street muy cerquita de Victoria Station, ¿ves? Victoria y Victoria”, me decía otra jovencita con intención para que pillara ese paradójico azar del destino. “Estoy emocionada. Va a respirar el mismo aire que yo”, replicaba una tercera. Y ahí, rápida y metiendo cizaña a su fuero interno, le pregunté mimetizando. “Jo, ¿a qué olera David?”. “No lo sé, pero seguro que a algo maravilloso”, suspiró.

 

Todas habían ganado un concurso vía Facebook. Algo así como “¿Qué es para ti David Beckham?” y las afortunadas, entre las que se encontraban más de veinte quinceañeras del país del Sol Naciente que nadie se explicaba muy bien cómo o por qué habían llegado hasta Madrid. Han tenido el privilegio de hacerse una foto con él, besarlo y conseguir un autógrafo sobre una fotografía de promoción debidamente adquirida en la misma tienda. Todo eso tras las instantáneas de la prensa y las imágenes de las televisiones, porque este rubio de oro no hablaría con medio alguno. Por ende, a esos momentos íntimos con cada fan, la prensa tampoco estaba invitada. Luego por la confusión, pudimos colarnos, ya saben lo que ocurre con el fragor del gentío y la emoción –incluida de los agentes de seguridad con la ceja depilada- de ver de cerca a alguien que solo parece alcanzable cuando te apoyas sobre él en una marquesina del autobús.

 

De puntualidad británica, nada. 28 minutos más tarde de la hora indicada. 28 minutos que no hacían más que incrementar el deseo, el nerviosismo y también, por qué no, la invención. “Es super fiel. Victoria y él están super unidos, y eso me gusta. Vale, que me moriría por ser la otra, pero no me digas que no es genial encontrar un hombre así, tan guapo y que te quiera siempre”. Pues si, la verdad, pensaba para mis adentros.

 

Y el astro hizo su aparición. Traje azul petróleo sport, de chaqueta entallada y pantalón estrecho y pitillo con camiseta negra en punto de algodón y lino. Muy francés.  Tímido. Sólo se paró unos escasos instantes, que no llegaron a minutos, para saludar al gentío que siempre se agolpa sea David Beckham sea Chiquito de la Calzada en la Gran Vía y paraliza los dos primeros carriles de la arteria madrileña, así caigan chuzos de punta y ese, precisamente, era el caso.

 

“Hi’” fue la única palabra que articuló el inglés ante el torrente de flashes de cámaras y móviles. Melena perfectamente peinada con altísimo tupé y una sorprende barba hipster más poblada de lo que se podría esperar en este hombre que inició la moda de la pazguata metrosexualidad. Casi sin recortar, cubriendo su cuello y sus mejillas, dándole un aspecto más varonil y rudo.

 

“¿Está más gordo?”. “¡¿Tú eres imbécil, tía?!”, me contestaron otras dos 'groupies' al unísono ante una observación que siempre debí haber hecho en voz baja. Y lo cierto es que no. El tejido de la camiseta podría jugarle la misma mala –o buena- pasada que el jersey de Sara Carbonero en la presentación del libro de sus ginecólogos. Cada golpe de luz permitía ver una torso perfectamente cincelado, pero la barba y una disminución considerable de las marcas de la sonrisa en sus ojos, que yo no estoy hablando de ácido hialurónico ni nada, hacían pensar lo contrario.

 

Y fue visto y no visto. Posó, requeteposó, sonrió, agradeció asintiendo con la cabeza los gritos de “Qué guapo eres” y “Qué majo” –sí, majo, han leido bien-, se sentó en un atril…y “la prensa ya se tiene que marchar”, me espetaron. Y sí, dejé a las fans con David. Les aseguro que Victoria se habría quedado más tranquila de que su marido se hubiera quedado a mi cuidado.

 

Por Massima Potenza