Ya os conté la semana pasada que P., mi novio, se encontró en el gimnasio a Bradley Cooper. Ese encuentro me obligó a hacer deporte varios días seguidos con la intención de encontrarme con este actor que me gusta tantísimo. Pero nada. Hasta que varios días después P. se marchó al gimnasio bien temprano y yo preferí quedarme en la cama haraganeando.  A las nueve y media  suena un mensaje en el móvil. Es P. : “Acaba de entrar al gym. Vente que estará hasta las 10.30 seguro”. Me revuelvo inquieto en la cama. Al final me puede la pereza. Decido seguir en el catre y pasar de Bradley Cooper. Al rato, nuevo mensaje de P. : “Le acabo de pedir una foto y me ha dicho que ni de coña. Muy amablemente, eso sí. Qué vergüenza me ha dado. No lo vuelvo a hacer en la vida”. Me alegro de que se haya llevado ese chasco. Ya le advertí que no le pidiera ninguna pero él hizo caso omiso a mis palabras. Yo nunca me hago fotografías porque al final acabas convirtiéndote en una de las tantas imágenes que pueblan los móviles de la ciudadanía. Material de relleno, pieza disecada entre fotos de atardeceres, fotos de monumentos olvidados e incluso de fotos guarras. Cuando no material de mofa por lo gordo o lo feo que estás. Volví al gimnasio pero no vi a Bradley aunque sí a uno de los protagonistas de ‘Scandal’, una serie que me encanta. De todas maneras, pienso seguir intentándolo.