Hace unos meses, las noticias que llegaban de Málaga sobre el estado de salud de María Pineda eran escalofriantes, pero esta mujer es como el ave fénix. Resurge. Es un ejemplo de vitalidad, de alegría y de ganas de vivir. Se le pone la piel de gallina, confiesa, cuando le dices lo guapa que está. Porque está muy guapa. Ha recuperado su cabello, sus cejas. El cáncer se lo arrebató, pero María deja que los médicos hagan pruebas y testen medicamentos con ella. “Unos polvitos que tomo pero que todavía no se comercializan me han devuelto hasta las pestañas”, explica. Y habla mucho y se ríe, aunque a veces no le llegue el aire a los pulmones, afectados por un tumor alveolar, un tipo de cáncer raro que no se puede operar y contra el que lucha con mucha fuerza y el apoyo que le da su prometido, el empresario Emilio González. Con él se casará, “si Dios quiere”, el próximo mes de septiembre. Su única pena, si es que María deja lugar a la tristeza: “Que ahora que tengo al hombre de mi vida en casa, esta enfermedad se me lleve pronto”.

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