A los 10 años posó desnuda para una sesión de fotos que hoy sería tachada de inducir a la pederastia. A los 12 interpretó a una prostituta en la película ‘La pequeña’, y su escena sin ropa aún está cortada en la mayoría de versiones. Y al cumplir 15, con  ‘El lago azul’,  Brooke Shields se consagró para siempre como la mayor Lolita de carne y hueso que había pisado jamás el paraíso terrenal. A nadie parecía importarle que aquella niña fuera un títere en manos de una madre –y mánager– controladora, alcohólica y con un solo lema para la carrera de su hija: “Más”.

 

Ahora, Brooke lo cuenta todo en una desgarradora autobiografía, incluido que, pese a esa provocadora imagen que su madre cultivó de ella, la obligaba a proclamar su virginidad a los cuatro vientos. “Fui la virgen más cotizada de la época”, explica.

 

Naruhito de Japón, Alberto de Mónaco, Dodi Al-Fayed o uno de los hijos del millonario marbellí traficante de armas Adnan Khashoggi fueron algunos de los hombres que cayeron rendidos por la gran creación de Tara Shields, la madre de Brooke, y tuvieron alguna casta cita con la joven.

 

Hija del desamor

 

Booke nació en un hogar vacío de amor. Su padre, Frank Shields, era un ejecutivo de la industria de la cosmética con parentesco lejano con los Grimaldi de Mónaco y con varias familias nobles italianas. Su madre, Tara Schmon, era una actriz de tercera fila hija de un conductor de autobús a la que la familia de Frank Shields pagó una fortuna para que abortara. Se quedó con el dinero, pero decidió tener a la niña. Frank, todo un caballero, se casó con ella. La convivencia era insoportable y se divorciaron cuando la pequeñita Brooke tenía cinco meses.

 

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